Luego de un año de permanente “festival electoral”, Cristina Kirchner se alzó con una votación casi hegemónica del 54% a nivel nacional. Es un hecho evidente que el grueso de sus votantes, tanto entre la clase trabajadora, como a nivel de las clases medias urbanas, premió con su voto a un gobierno que aparece como el garante de la estabilidad política y el crecimiento económico nacional en agudo contraste con lo que está ocurriendo en casi todo el resto del mundo.
La circunstancia no solamente ha terminado beneficiando al gobierno nacional. Hay que recordar que prácticamente a lo largo de todo el año los oficialismos de los más diversos colores se vieron beneficiados por estas condiciones de estabilidad (ver casos de Macri en Capital o Binner en Santa Fe). Condiciones que, claro está, a quien más podían beneficiar eran al oficialismo nacional.
Avanzando en un análisis más de conjunto: ¿cómo explicar el triunfo de una gestión que, a priori, se alzaría con 12 años de mandato sin interrupciones, algo sin precedentes en la historia política del país?. La realidad es que este continuismo se explica dadas las circunstancias excepcionales en las cuales surgió el kirchnerismo.
Por un lado, la crisis sin precedentes que vivió el país en el 2001, y que los K supieron interpretar tomando una serie de medidas capitalistas “heterodoxas”, les permitieron en gran medida reabsorber la misma mostrando sus dotes como “estabilizadores” de la crisis nacional.
Por el otro, un contexto de crisis económica internacional que les ha venido dando una legitimación ideológica a su discurso en favor del “modelo anti-neoliberal”. Esto al mismo tiempo que una coyuntura económica en el país que se ha visto beneficiada por el rol consumidor de productos nacionales de China, India y Brasil, lo que ha permitido que la Argentina continúe, hasta el momento, la senda del crecimiento, sufriendo un impacto reducido de la crisis mundial.
Sin embargo, como habíamos advertido en una declaración posterior a la realización de las primarias del 14 de agosto pasado, este cuadro de situación “rosado” que ha facilitado el triunfo de Cristina, está llamado a cambiar para el 2012. El hecho cierto es que el 2012 no será igual al 2011, en gran medida porque se adelanta una recaída recesiva de la economía mundial (circunstancia esta que podría arrastrar a China).
Además, lo anterior ocurrirá en condiciones dónde variables clave de la economía nacional se vienen deteriorando: crece la fuga de dólares, los industriales se quejan que su cotización está muy baja y piden –por lo bajo- una devaluación, la inflación no para de crecer, los subsidios a las tarifas y el transporte cada vez son más onerosos para unas cuentas fiscales que muestran un deterioro en sus superávit, etcétera.
Esto es lo que explica la moderación del discurso de Cristina en la noche de ayer domingo 23. Tuvo dos ejes. El primero, un casi abierto llamado a la “unidad nacional”, amén del significativo hecho que no habló palabra sobre las medidas económicas que se vienen, y que su discurso fue mucho menos “progresista” que lo habitual.
Este discurso de unidad nacional, y el contenido menos progresista del mismo, habla de lo que ya es un secreto a voces pero no estuvo en la cabeza de los votantes cuando emitieron su voto: lo que se viene de manera inexorable –más allá de cómo lo quieran “dibujar”- es un ajuste económico en regla que significará un deterioro en el nivel de vida de los trabajadores.
Pero el discurso de Cristina tuvo un segundo eje: salió a reafirmar las “bondades” de una reforma política que bajo la apariencia de ser un instrumento “democratizador” buscó –y busca activamente- dar un paso en la legitimación de la democracia capitalista, así como poner trabas proscriptivas para la representación de las minorías, sobre todo de la izquierda (que no podrá lograr “milagros” todos los días).
Nos explicamos: no se pueden dejar de subrayar los alcances conservadores de la orientación legitimadora de la democracia capitalista de nuestro país por parte de los K, democracia capitalista que diez años atrás era puesta en cuestión cuando el famoso grito del “Que se vayan todos”.
Porque la realidad es que, en un sentido profundo, aun a pesar de los matices “progresistas” que los K le imprimieron a su gestión, sin duda alguna el kirchnerismo está cumpliendo el mandato que esbozó Néstor Kirchner desde el primer día de su asunción: hacer de la Argentina un país capitalista normal, más allá de que este país capitalista normal tenga evidentes matices con el dominio puro y duro del neoliberalismo de los años 90. En esencia, lo que hizo el kirchnerismo, fue crear las condiciones para la estabilización luego de la crisis más grande que haya vivido el país en los últimos 25 años.
El segundo hecho destacable del domingo 23 fue la elección de Hermes Binner a la cabeza del Frente Amplio Progresista. Esta alianza obtuvo prácticamente el 17% de los votos, un resultado no despreciable. La misma expresó dos cosas. La primera, confirmó que el panorama electoral se muestra recostado hacia la centro-izquierda a diferencia de lo ocurrido en 2009, cuando luego de la crisis del campo las cosas parecían inclinarse hacia la consagración de alguna variante de la oposición de derecha.
A decir verdad, el Partido Socialista de Binner, así como la mayoría de su “acólitos” frentistas como la CTA Micheli expresada en las candidaturas de Lozano y De Gennaro, fueron parte de las filas de la Mesa de Enlace campestre; pero hace rato que las patronales del campo se olvidaron de tal conflicto dados los inconmensurables ingresos que vienen obteniendo del mercado mundial, a la vez que el FAP se desembarazó de un perfil que los dejaba a la derecha del kirchnerismo en la competencia con ellos.
Más allá de lo anterior, la elección de Binner sirve también para “apañar” a una de las mitades de la burocracia de la CTA, la que queda como “fortalecida” políticamente al amparo de la primera fuerza de la oposición patronal. Mientras tanto, la CTA de Yasky, que mostró claramente sus credenciales pro Cristina a lo largo de la campaña electoral, no hizo tan buen negocio electoral al quedar pegada a la candidatura de Sabatella, el que nunca logró levantar el amperímetro. En todo caso, el FAP es una alternativa de centro-izquierda tan o más capitalista que los Kirchner.
Es en el contexto anterior que hay que evaluar los resultados y, sobre todo, la política electoral del Frente de Izquierda. En lo que hace a los resultados electorales, sin lugar a dudas la elección no dejó de ser importante, sobre todo contrastado con lo que son las votaciones habituales de la izquierda independiente en nuestro país.
Otra cosa es hablar de “la mejor elección desde 1983” o que las perspectivas de progreso del FIT serían “inexorables”, exageraciones fuera de lugar a los que tiene acostumbrado Altamira, que no tuvo empacho en anunciar “700.000” votos que nunca se obtuvieron.
En todo caso, y más allá que en la categoría de Presidente, el FIT quedó algo por detrás (en porcentaje y en números absolutos de los votos) respecto de las internas del 14, el resultado electoral expresa evidentemente parte de lo mejor de la vanguardia obrera y estudiantil de nuestro país que los votó a pesar de las crecientes críticas al contenido de la campaña.
Precisamente en la orientación y el contenido de la campaña es dónde se encuentran los más graves problemas en la actividad del Frente de Izquierda: una campaña que fue casi un manual de oportunismo político en la izquierda.
En la orientación, porque la campaña del FIT fue casi exclusivamente electoralista: el FIT se centró en la posibilidad de “meter diputados de izquierda en el Congreso” y casi nada más. Nunca pensó siquiera en ser un vehículo para organizar más amplios sectores que la limitada militancia de sus partidos.
Esta orientación fue parte integral de los dramáticos déficits de contenidos políticos de la campaña del FIT. Grosso modo, se pueden identificar cuatro problemas. El primero, en un contexto de reforma electoral proscriptiva, el FIT pidió el voto democrático para superar el piso (cosa que está bien), pero nunca denunció la ley electoral –y el régimen de democracia patronal- como tales (lo que está muy mal y es una política oportunista). Solo se han vuelto a acordar del problema ahora cuando debido a estos mecanismos tramposos de la democracia patronal, una buena elección de Pitrola en la provincia de Buenos Aires, no puede ser coronada con su ingreso en la cámara de diputados. Es decir, la campaña del FIT lejos de combatir, lamentablemente se adaptó a la democracia burguesa.
En segundo lugar parece que el FIT olvidó que en la Argentina hay gobierno. Claro que es un gobierno que tiene prestigio y que hay que saber dialogar sin sectarismo con los trabajadores y la juventud que confían en él. Esto es evidente. Pero otra cosa muy distinta es -en función de este supuesto “diálogo”- siquiera nombrar al gobierno en definitiva responsable de que en el país continúe la explotación capitalista (amén de tener por orientación central el “meter diputados” mediante el expediente de llamar al voto útil cortando boleta). El famoso “nos exigen 400.000 votos” y otras formulaciones por el estilo, evitaron cuidadosamente en todo momento nombrar el gobierno de carne y hueso que administra el país y este fue otro error típicamente oportunista.
Como si lo anterior fuera poco, Altamira afirma que la campaña del FIT expresó un programa. La realidad es que esto no estuvo claro. Si de algo careció el FIT, fue de un claro perfil de clase en la campaña. No solo porque se privilegió a figuras más bien “intelectuales” (no candidaturas de trabajadores) sino porque, además, el FIT nunca logró articular realmente una propuesta que partiera de las necesidades y luchas de los trabajadores.
Parte de lo anterior es que el FIT no aprovechó la campaña tampoco para alertar acerca del escenario de ajuste que se viene. Un discurso tan poco crítico en relación al gobierno, tiene ahora el problema que lo que se capitaliza hacia el futuro es eventualmente poco o nada (debido a una orientación de buscar solo meter diputados y no obtenerlos), porque poco o nada se ha dicho acerca de los adversarios de carne y hueso de la clase obrera y de los problemas que se vienen. Y no alcanza para compensar eso con hablar abstractamente acerca de la crisis mundial como ha hecho Altamira.
En definitiva: al FIT (el PO, y su adlátere, el PTS) le pasó lo que a todos los grupos que se desplazan al oportunismo les ocurre: mantuvieron un discurso “radicalizado” para la militancia en sus periódicos, ¡pero en las marquesinas iluminadas de los flashes televisivos lo adelgazaron hasta el ridículo de hacer desaparecer la responsabilidad del gobierno capitalista de carne y hueso que existe en la Argentina y que se acaba de alzar con el 54% de los votos!. Lamentablemente, no aprovecharon la exposición absolutamente excepcional que tuvieron en los medios, para pelear por una política de verdadera independencia de clase entre los trabajadores, tarea que sin embargo se agiganta más que nunca frente a un 2012 que seguramente no será la “calma chicha” del año que acaba de pasar.
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