La bancarrota de Wall Street ya impacta en la economía nacional
Como si esto fuera poco, hay por delante nuevas jornadas de “pánico” global: muchos analistas están señalando que no habrá que sorprenderse si insignes y centenarias “instituciones” del capitalismo, como la automotriz General Motors –entre otras–, van a la quiebra.
En latinoamerica, la caída económica de los países del norte tiró brutalmente a la basura meses de “teorizaciones” alrededor del eventuales “desacople” y “blindajes” que podrían tener nuestros países respecto del centro capitalista. La abrupta caída de materias primas como el petróleo o la soja ha puesto las cosas en su lugar.
Lo propio ocurre en nuestro país: lejos de los cantos de sirena del gobierno de Cristina, la actual escalada de corte de horas extras, suspensiones, vacaciones adelantadas y despidos muestra que la crisis llegó y viene para quedarse.
Brasil, las commodities y las automotrices
Las reacciones ante el desplome mundial de las bolsas comenzaron siendo muy “frías”, como si de algo muy “lejano” y “ajeno” se tratara. Es que cuesta entender la conexión entre acontecimientos que parecen ocurrir en las alturas de las finanzas mundiales con nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, pasadas las semanas, la percepción comenzó a mostrar algunos cambios: si todavía cuesta dimensionar la gravedad de una crisis que afecta al centro mismo del capitalismo mundial, la ola de suspensiones y despidos en curso hace que a la crisis ya no se la considere tan distante.
Durante meses había habido un debate acerca de si la crisis internacional iba a llegar a la Argentina y, en ese caso, por qué vías. Por un lado, se ha dicho que al haber quedado el sistema bancario tan reducido luego del default del 2001, la crisis internacional no podría venir por el lado financiero. Además, como el país estaba fuera de los mercados de crédito internacionales, la crisis “no nos afectaría”.
Respecto del sistema financiero, la cosa no está tan clara: el gobierno tiene necesidad de cubrir con ingresos de alguna parte las obligaciones externas de 2009 (puede que lo haga ahora con los ingresos jubilatorios). Además, se ha desatado una durísima puja alrededor de la estatización de las AFJP, que está afectando la Bolsa y otros índices financieros.
En todo caso, independientemente de lo que vaya a ocurrir en el terreno de las finanzas, la crisis ya llegó a la economía real. Y las vías son tres: la relación con Brasil, las commodities y las automotrices.
En cuanto a Brasil, venía con una moneda muy sobrevaluada, en la medida en que su funcionamiento económico se había organizado alrededor de un masivo ingreso de dólares del exterior. Aquí no es el lugar para explicar técnicamente el tema. Someramente, digamos que ya no le llegan divisas sino que, por el contrario, se van del país. De ahí la devaluación del real. Por otro lado, la anterior abundancia de divisas servía, entre otras cosas, para financiar un boom de ventas automotrices que alcanzaba las 2.000.000 de unidades anuales (lo que a su vez “arrastraba” a la industria automotriz argentina). Ese boom se terminó, y la realidad es que la economía más grande del Mercosur atraviesa una grave crisis, que no puede menos que afectar a la Argentina en múltiples aspectos.
En segundo lugar, es sabido que sobre todo un componente de las exportaciones argentinas, las de origen agropecuario, es el que viene garantizando el superávit comercial. Tan alto estaba el precio de las commodities que a lo largo de cuatro meses el país vivió una durísima puja entre sectores patronales (gobierno vs. ruralistas) alrededor de la apropiación de una renta agraria extraordinaria, inmensa montaña de dinero que ahora se esfumó.
El cambio que ha supuesto la crisis mundial es de tal magnitud que no sólo prácticamente ha pulverizado esta renta extraordinaria (el precio de la soja paso, en pocas semanas, de 600 dólares la tonelada a sólo 300) que dio lugar a aquellos fragores, sino que está en riesgo el conjunto del superávit comercial.
En tercer lugar aparece el problema de la industria automotriz (y otras menores como la textil, el plástico, la carne, etc.), la rama industrial más importante de nuestra economía. Junto con la ventaja de un régimen especial, está estrechamente integrada a su par brasileña; de ella dependen parte de la industria siderúrgica, las autopartistas, la rama del neumático, etc. No casualmente ya se han anunciado suspensiones y, eventualmente, despidos masivos en plantas de Córdoba, Rosario y el Gran Buenos Aires: Iveco, FATE, Renault...
Que paguen los trabajadores, pero que no se note
La crisis ha llegado, pero la política del gobierno es que se note lo menos posible. En los últimos días, todos los medios han dado cuenta de las reuniones del gobierno con empresarios y dirigentes de la CGT. Lo que está en discusión es muy sencillo: buscan llegar a un acuerdo tácito (no escrito) por medio del cual se imponga el congelamiento salarial, supuestamente a cambio de que las patronales “no despidan trabajadores”.
Por si acaso, Moyano se apresuró a enterrar el reclamo de alguna suma que compensara la inflación del año. Menos que menos se esta hablando de lo que correspondería: la reapertura de las paritarias frente a la crisis.
Lo irónico del caso es que, abiertamente, desde la UIA y demás sectores patronales ya salieron a decir que el compromiso de despedir “no se puede garantizar”. A lo sumo, están en marcha una serie de mecanismos para “ganar tiempo”, como las suspensiones o las vacaciones anticipadas. Pero hay una fecha “tope” en la mira de todas las patronales: los meses del verano. Si para ese momento la situación económica mundial y nacional no mejora, sí o sí (lo dicen sin ningún miramiento), va a haber despidos en masa. Al mismo tiempo, la UIA viene reclamando una sustancial devaluación del peso, medida que sólo hundiría más los salarios de los trabajadores.
Pero, con la abierta complicidad de la CGT, el gobierno ha seguido adelante con su política de “pacto social de hecho”, cuya primera medida sería el ya señalado congelamiento salarial… ¡por dos o tres años!
Un verdadero escándalo: la crisis la generaron los dueños del sistema que gobierno, empresarios y dirigentes sindicales defienden: el capitalismo mundial. Pero la cuenta la debemos pagar, con nuestra sangre, sudor y lágrimas, los trabajadores. Es tan brutal que por eso se busca que el acuerdo sea tácito, no a cara descubierta.
El primer reflejo condicionado es congelar los magros salarios. El segundo es dar lugar a despidos (a no equivocarse), pero sin que se note tanto. De ahí que el gobierno haya parado los despidos groseros y al bulto, como en la empresa Easy. Sin embargo, ya están ocurriendo despidos masivos de compañeros contratados y de agencia, verdaderos “parias” de la clase trabajadora, porque por ellos los sindicatos “oficiales” no reclaman.
En suma, y como siempre, el gobierno hace la del tero: cacarea para un lado y pone los huevos en el otro. Mientras se llena la boca con la “protección del empleo”, alienta el congelamiento salarial y la ola de despidos “encubiertos” de los no efectivos.
No se llega igual que al 2001
En el marco de la ofensiva patronal en curso, lo primero a subrayar es que esta crisis económica no encuentra la clase obrera igual que cuando 2001. En aquel momento, el desempleo y subempleo alcanzaban casi el 40% de la población económicamente activa: unos 5.000.000 de trabajadores.
Hoy la realidad es distinta: una nueva generación obrera entró a trabajar, y el desempleo bajó sensiblemente. Esto quiere decir que la actual crisis encuentra a una porción muy significativa de la clase trabajadora en sus lugares de trabajo, lo que crea la posibilidad de que vaya emergiendo una dura resistencia, pasado este primer momento de cierto desconcierto.
No por esto se nos escapa que hay dramáticos problemas que ya mismo se ponen en evidencia. Por ejemplo, la herencia de fragmentación entre las filas de los trabajadores (dictadura y menemismo mediante), a la que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se han encargado de dar continuidad. Es un logro estratégico de la clase capitalista argentina, que no pudo ser revertido en los últimos años de luchas, más allá de las conquistas parciales que se obtuvieron.
Nos estamos refiriendo a la “informalidad”, el trabajo en negro y por agencia, que ronda el 40% de la población ocupada. Es por allí que comenzó el ataque patronal; basta ver los casos de Peugeot y Citroen en Caseros, General Motors en Rosario, varios frigoríficos, empresas textiles o Pirelli en Merlo, entre otros lugares.
Para el gobierno, las patronales y la burocracia, que queden en la calle los compañeros que no están “efectivos” es considerado algo “normal”. Porque ésta es una de las válvulas de seguridad que tiene el sistema para proteger las ganancias empresarias: reducir los planteles empezando por los más desguarnecidos, mecanismo que ya ha sido puesto a funcionar a pleno.
La experiencia histórica marca que habitualmente le ha sido muy difícil a los trabajadores enfrentar una ofensiva de despidos en un contexto recesivo. En general, la clase obrera pelea en mejores condiciones con el ciclo económico en ascenso, no en descenso.
Sin embargo, no es ocioso repetir que el actual ataque encuentra a la clase trabajadora más recuperada desde el punto de vista “estructural”. Tampoco viene de una derrota catastrófica al estilo de los 90. No es casual la preocupación del gobierno: todavía están frescas en la memoria de muchos sectores las experiencias recorridas en los últimos años, que hay que recuperar para enfrentar la actual crisis.
¿Por dónde empezar?
Por supuesto, no por donde lo hizo la CGT, que se bajó miserablemente del reclamo de reapertura de paritarias y aumentos o compensaciones salariales. Aunque la tendencia al crecimiento de la inflación haya comenzado a reducirse por la desaceleración económica, en el año en curso ya estaban acumulados aumentos de precios que sobrepasaron largamente a los acuerdos salariales. ¡La CGT y la CTA le regalan parte de nuestro salario a las patronales, a cambio de promesas de “preservar el empleo” que ya han adelantado que no cumplirán! Opinamos lo contrario: deberían reabrirse inmediatamente las paritarias, por lo pronto, para incluir cláusulas que impidan que seamos los trabajadores los que paguemos la cuenta de la crisis.
En primer lugar, se deberían prohibir los despidos, incluyendo cláusulas de reducción de la jornada laboral con igual salario en todas las ramas de la economía. Esta experiencia fue recorrida exitosamente, por ejemplo, por los compañeros del subterráneo de Buenos Aires, y podría ser reproducida entre los trabajadores de todo el país: trabajando todos menos por igual salario, no tendría que quedar ningún compañero en la calle si es que a la patronal se le ocurre reducir algún turno en la producción.
Ahora reapareció el llamado “procedimiento de crisis”, al que acuden las patronales para que el Ministerio de Trabajo (a su servicio) sancione la posibilidad de suspender por chirolas y despedir por mucho menos de lo que marca la ley. Si una empresa pide procedimiento de crisis, los trabajadores deberíamos exigirle entonces que acabe con el secreto empresarial: ¡que se abran inmediatamente los libros contables para que los trabajadores podamos saber, a ciencia cierta, cuál es la verdadera situación empresaria!
Cabe recordar, además, otra experiencia: en 2001, en muchas empresas quebradas, las patronales abandonaron el “barco”. ¿Qué pasó entonces? Fueron sus trabajadores los que las pusieron a producir, como ha venido siendo el caso de la cerámica Zanon.
Y falta considerar algo muy importante: en los países centrales del capitalismo mundial se estatizó prácticamente todo el sistema bancario. Aquí en la Argentina debería hacerse lo propio, pero bajo control obrero y sin indemnización alguna a las patronales, con toda empresa que pretenda suspender o despedir masivamente compañeros.
Ahora el gobierno anunció la “estatización” de las jubilaciones: pues bien, ¡entonces que se haga cargo el Estado (sin indemnización alguna) de toda empresa que vaya a la quiebra, como ha sido el reciente caso del Hospital Francés!
En tanto, para los compañeros desocupados, queda la alternativa de organizarse como parte de un movimiento de desocupados independiente del gobierno y del Estado, pero no para reclamar planes de miseria que eternizan la pobreza y condenan a la semimarginalidad, sino para imponerle al Estado trabajo genuino por la vía de verdaderas obras públicas.
El capitalismo muestra su verdadera cara
Junto con comenzar a organizar la resistencia, hay una tarea de enorme importancia en la actual coyuntura. Sería un gravísimo error dejar pasar la oportunidad de ayudar a extraer enseñanzas de esta crisis brutal. No todos los días insignes instituciones del sistema capitalista se vienen abajo cual castillos de naipes, como lo muestra el rescate estatal de la quiebra a los mayores bancos del mundo.
Ante todo lo que está ocurriendo, debe quedar claro que lo que vemos son las contradicciones mortales de un sistema que gobiernos, empresarios y burocracias habían presentado como “eterno” e “incuestionable”. Ya no es así: la crisis que azota el corazón del capitalismo demuestra a mazazo limpio que no es ni el único ni el mejor de los mundos posibles.
Por esto, su deslegitimación ante los ojos de la población mundial debe ser subrayada y utilizada también a la hora de las luchas cotidianas. Si esto no se denuncia, caeríamos en el sindicalismo más bajo. La crítica radical al sistema capitalista debe pasar a ser un elemento de propaganda política a ser incorporado, a partir de ahora, en la actividad política cotidiana de toda corriente de la izquierda revolucionaria, como manera de pelear también por un avance en la conciencia de la clase trabajadora.