viernes, 31 de agosto de 2012

ASÍ ACTÚA LA BUROCRACIA DE LA CTA YASKY



Así actúa la burocracia de la CTA Yasky, filmando y denunciando trabajadores que luchan. Video realizado el día del acto por la reincorporación de Maxi Cisneros en la puerta de Firestone donde se ve a la burocracia del SUTNA- CTA Yasky filmando desde el sindicato a los trabajadores que fueron al acto para amedrentarlos y denunciarlos. 
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jueves, 23 de agosto de 2012

BRUTAL REPRESIÓN EN CÓRDOBA


Comunicado del Nuevo MAS Córdoba- 23/08

Hace tan solo momentos, el Gobierno de De la Sota desató una brutal represión contra una masiva movilización de unos 20 mil trabajadores. En el marco de los intentos de imponer un brutal ajuste a las jubilaciones de los trabajadores de la provincia y a pesar de los intentos de las burocracias sindicales de contener la bronca, miles de trabajadores se movilizaron a la sede del Tribunal Superior de Justicia nuevamente para exigir que la nueva Ley previsional sea derogada.

Las poses de "cordobesismo" se quedan atrás y en un importante operativo desataron una fuerte represión policial contra los trabajadores movilizados. Hay varios compañeros heridos, jubilados entre ellos, y se sabe de 6 compañeros detenidos hasta ahora. En este momento, sectores de la base de trabajadores estatales se están movilizando para exigir a las direcciones sindicales, un inmediato paro provincial en repudio a la represión y para reforzar la lucha contra el ajuste de De la Sota y los K.

Nuevo MAS Córdoba 
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lunes, 20 de agosto de 2012

A 72 AÑOS DEL ASESINATO DE LEÓN TROTSKY, parte II


Una reflexión acerca de Su Moral y la Nuestra

Los fines y los medios, o la lucha de clases como ley suprema

 A continuación, y a modo de homenaje en el 72 aniversario del asesinato de Trotsky en manos de sicarios del estalinismo, presentamos una reflexión acerca de Su Moral y la Nuestra. La obra fue escrita en condiciones durisímas, de extremo aislamiento, en un mundo que pasaba por la noche negra del siglo como la llamó el propio Trotsky y que, para colmo, concluía cuando este se enteraba de la trágica muerte de su hijo Sedov en París en un confuso episodio también obra de Moscú. Se trata esta de una versión levemente modificada de un capítulo homónimo de un folleto de reciente edición, Ciencia y arte de la politica revolucionaria, del mismo autor de este artículo. 

Respecto de las complejas relaciones entre los medios y los fines de la acción política revolucionaria hay una extensa elaboración no solo en el marxismo, sino en la filosofía política en general. No nos sirve a los intereses de este artículo tomar la cuestión con esa amplitud, de modo que nos limitaremos a señalar que en lo que hace a la acción política revolucionaria, lo esencial es la dialéctica de tres elementos: los fines, los medios y el terreno material en el que se va a llevar adelante la pelea, tal cual lo presenta Trotsky en su obra, Su Moral y la Nuestra. 

El finalismo del marxismo  

Partamos de recordar que el marxismo tiene una tensión “finalista” en el sentido de que está recorrido por una perspectiva, la autoemancipación del proletariado y una sociedad realmente humana bajo el comunismo, libre de todas las relaciones de explotación y opresión características de la sociedad de clases.
El debate de los fines plantea el de los medios para alcanzarlos, la congruencia entre unos y otros. Es decir, la relación entre medios y fines y el criterio que preside esa relación. ¿Cuáles son los medios lícitos que la clase obrera puede y debe emplear para lograr su emancipación? Un largo debate ha cruzado al marxismo revolucionario a lo largo del siglo XX, entre otras cosas porque muchas veces medios que supuestamente llevaban a un fin terminaron llevando a otro muy distinto.

Por ejemplo, el proceso de industrialización forzosa en los años 30 bajo el stalinismo, que si bien desarrolló en cierto modo las fuerzas productivas del país, lo hizo de una manera tan unilateral que dio lugar, a la postre, a un proceso de acumulación burocrática que no sirvió a un progreso real en el sentido de la transición al socialismo (que, más bien, quedó bloqueada a partir de entonces). Es decir: esa industrialización, como medio, no se correspondió al objetivo de la socialización de la producción, y dio lugar a otro resultado.

Otro ejemplo que ya ha sido señalado es el del sustituismo social de la clase obrera a la hora de la revolución socialista; emprendimientos que terminaron en el fracaso que todos conocemos. Ha quedado históricamente establecido que a la hora de la revolución socialista y de la transición auténtica al socialismo, esta obra sólo la puede llevar adelante la clase obrera por intermedio de sus organizaciones, programas y partidos, o no será revolución socialista (lo mismo cabe para el proceso de transición que se inaugura una vez tomado el poder). Sin clase obrera no hay socialismo: considerada la primera como un “medio”, lo segundo es el “fin” y viceversa: la transición es un medio para la emancipación de la clase obrera. Repetimos para que se grabe en todas las cabezas tozudas del movimiento trotskista internacional, que no han criticado la concepción de que podría haber “estados obreros” aun con la clase obrera fuera del poder: si no hay clase obrera, si la clase obrera no está realmente en el poder, no se llega al fin del socialismo. De lo anterior se desprende la necesaria congruencia entre medios y fines, que hace al fuerte contenido finalista del marxismo revolucionario. 

La clase obrera no puede elegir el terreno de su lucha

Esta tensión finalista del marxismo no pudo obviar otra discusión concreta: ¿cuáles son los medios a implementar por la clase obrera y los revolucionarios en su lucha? Aquí es muy conocida la discusión de León Trotsky con Víctor Serge en defensa de los métodos empleados por los bolcheviques en el poder durante la guerra civil. En Su moral y la nuestra Trotsky reitera una y otra vez que la ley suprema para apreciar los medios es la lucha de clases. La experiencia y reflexión de los últimos años nos han convencido de que  Trotsky tiene razón. Los medios no solamente tienen relación con los fines, sino con el terreno material mismo en el que se libra la lucha. Es verdad que no es lo mismo una circunstancia de guerra civil que una de lucha política “pacífica”. Sin embargo, y como ya hemos visto, la lucha de clases no deja de ser siempre una guerra de clases, en todo caso de menor intensidad. La clase obrera, y los revolucionarios junto con ella, no podemos elegir los medios que más nos gustarían; actuamos bajo condiciones determinadas objetivamente que no han sido elegidas por nosotros, regidas por sus propias leyes, y que en general no alientan la caballeresca generosidad sino ser implacables, so pena de fracasar en la lucha. Los medios se relacionan dialécticamente tanto con los fines que estamos persiguiendo como con las leyes del terreno material desde el cual partimos; esta dialéctica debe ser apreciada en cada caso concreto de una manera que, en definitiva, sirva a los objetivos de la lucha del proletariado.

En las condiciones de una guerra civil, partir de la realidad y sus leyes tal como son es una condición de vida o muerte: no hay tal guerra que se pueda librar sin tomar rehenes, sin fusilamientos, sin elementos de justicia colectiva o social. ¿Es contradictorio eso con el fin comunista? De ninguna manera: el comunismo tiene un contenido profundamente humanista. Pero ese humanismo no puede perder de vista el terreno material de las cosas, la lógica misma de la guerra de clases en la cual estamos inmersos. No podemos darnos el lujo de perder la batalla en función no de criterios de humanismo comunista, sino de un falso humanismo abstracto que sólo servirá a nuestros enemigos. En la lucha de clases esa dialéctica de fines, medios y terreno material de la pelea debe comprenderse y asumirse, so pena de caer en la ingenuidad y, lo que es más grave, poner la lucha en riesgo de ser ganada por el enemigo de clase.

En Su moral y la nuestra, Trotsky parece dar dos definiciones contrapuestas de las relaciones generales entre medios y fines. En una parte señala que los fines justificarían los medios; en otra, afirma lo contrario: que el fin no justifica los medios. Sin embargo, se trata de una contradicción puramente formal, no de contenido (1). Porque en los casos de lucha de clases más extrema, el proletariado no puede elegir sus medios libremente. Por esto mismo dice Trotsky que la ley suprema para evaluar medios y fines es la lucha de clases. Y una lucha de clases redoblada impide hacer valer leyes morales abstractas por encima de la naturaleza misma sangrienta de la lucha.

Precisamente, Trotsky insiste en rebatir la idea de que pueda existir una moral por encima de la historia y la lucha de clases; sostiene que la moral está siempre históricamente determinada, que es un subproducto de la sociedad de clases de que se trate y no un valor “universal”. Por otro lado, la perspectiva del socialismo y el comunismo tienen una ética propia, que hace al logro de una sociedad donde imperen la igualdad, la libertad y la fraternidad entre todos los seres humanos. Pero estas “leyes éticas” también son históricamente determinadas y, además, las clases en pugna se apoyan en elementos de moral o ética diferenciados que se desprenden del sistema social por el cual se pelea. Por ejemplo, el egoísmo que segrega la libertad de mercado contra la solidaridad de la lucha obrera. 

Necesidad y virtud en la guerra civil

Sin embargo, ¿no sería lo anterior recaer en una concepción maquiavélica o jacobina, en una forma de política burguesa?(2). Trotsky responde a esto de dos maneras. Por un lado, es decisiva la naturaleza social real de los contendientes; esto es, si determinados medios se utilizan en función de la emancipación social de la clase obrera o no. Para Trotsky, la naturaleza social diferenciada de los contendientes lo era todo al respecto. Incluso señalaba que las medidas durísimas de represión de los bolcheviques en el poder sobre elementos burgueses (o influenciados por los burgueses) en el fondo sólo servían para ahorrar vidas proletarias, y en ese sentido el fin justificaba los medios. No otra cosa decía Gramsci cuando rechazaba un examen abstracto del problema y señalaba que todo dependía del fin efectivo al que conducía el medio.

Además, las circunstancias de guerra civil son circunstancias de excepción muy extremas que obligan, por necesidad, a aplicar determinados métodos y no otros: “La revolución clásica ha engendrado el terrorismo clásico. Kautsky está dispuesto a excusar el terror a los jacobinos reconociendo que ninguna otra medida les hubiese permitido salvar la República. Pero para nada vale esta justificación tardía. Para los Kautsky de fines del siglo XVIII (los jefes de los Girondinos franceses), los jacobinos personificaban el mal” (Terrorismo y comunismo, p. 55).

Queda claro que hablamos siempre de los enemigos de clase, de la burguesía, nunca de los métodos de la dictadura del proletariado en relación con la propia clase obrera, lo que ya es evidentemente otra cosa y nos pone en otra discusión, la crítica al jacobinismo desde la izquierda. Al respecto, remitimos a nuestra crítica al texto de Nahuel Moreno La dictadura revolucionaria del proletariado. Allí señalábamos que en condiciones normales de la dictadura proletaria deben regir ampliamente los métodos característicos de la democracia obrera (que siempre es una dictadura del proletariado sobre la burguesía, claro está). Los métodos de guerra civil deben ser empleados contra los enemigos de clase y sus agentes, nunca contra la clase obrera y los partidos que la representan legítimamente.
 
Allí agregábamos que Trotsky había introducido confusión en la segunda parte de otra obra, Terrorismo y comunismo (escrita a comienzos de los años veinte, y al calor de la pelea por sacar a Rusia de la desvastación en que la había dejado la guerra civil), al dejarse llevar por el “lado administrativo de las cosas” como le señalara oportunamente Lenin, pregonando el partido único, transformar los sindicatos en apéndices del estado, la militarización del trabajo y lindezas por el estilo. En las condiciones de devastación económica a la salida de la guerra civil, Trotsky creyó posible la aplicación de los métodos utilizados para organizar el Ejército Rojo a la misma, algo que de llevarse a cabo simplemente hubiera puesto en cuestión las bases mismas del Estado obrero. Militarizar a la clase obrera dejaría sin ninguna base real a la democracia soviética. Lenin, como es sabido, optó por lo opuesto: la libertad para los sindicatos de reclamar reivindicaciones obreras y la introducción limitada del mercado por intermedio de la NEP.

En todo caso, nunca debe olvidarse que los métodos de implacable lucha de clases, de guerra civil sobre las clases enemigas, se aplican siempre por las necesidades de la propia dictadura proletaria, pero nunca deben ser transformados en virtud: hacen a las características propias de un período de guerra civil que se le imponen a los revolucionarios. Pero la norma es trabajar siempre por la creciente ampliación de los márgenes de la democracia socialista.

En definitiva, como decía Clausewitz respecto de la guerra, el peor error que se puede cometer en ella es ser ingenuos: tiene una serie de reglas objetivas que le son propias y que no pueden desconocerse, so pena de ser aplastados. La tensión finalista del marxismo debe ser sostenida firmemente a lo largo de la guerra civil y los enfrentamientos. Pero eso no significa moverse con criterios abstractos y por encima de las determinaciones concretas, que fijan las reglas de juego y los medios a utilizar para combatir y vencer. Ya la sangre obrera vertida cuando la masacre en la Comuna de París mostraba que la clase obrera no debía ser ingenua. Trotsky insistía particularmente en esto en su balance de la Comuna, como veremos más adelante.

Los ríos de sangre que han corrido a lo largo del siglo XX no han hecho más que confirmar, a escala corregida y aumentada, esta lección. Sólo cabe subrayar una vez más que ese combate implacable debe estar realmente en manos de la clase obrera, sus organismos y partidos, y no de una burocracia que elevándose por encima de ella aplique esa violencia contra la clase obrera misma y no contra el enemigo de clase.  

Trotsky, Gramsci, los Jacobinos y Maquiavelo

Las reflexiones de Gramsci sobre Maquiavelo son particularmente aleccionadoras respecto de este tema. El marxista revolucionario italiano subrayaba que, contra lo que suele suponer, El Príncipe de Maquiavelo era un texto pensado no para conservar el poder existente, para defender las fuerzas conservadoras (como el Leviatán de Hobbes) sino, por el contrario, para trasmitir enseñanzas del arte de la política a los sectores progresistas ascendentes. Gramsci insiste que hay que tratar El Príncipe como un texto científico que da cuenta de las reglas de toda la política; en todo caso, de toda política en la cual todavía existen el conjunto de escisiones que caracterizan a la política burguesa. Por eso Gramsci señalaba que sería un error analizar a Maquiavelo por fuera de las condiciones de su tiempo histórico, en el que era imposible pensar en términos de la autodeterminación de las grandes masas.

Entre El Príncipe moderno de Gramsci y Su Moral y la Nuestra de Trotsky parece haber vasos comunicantes, relativos al abordaje de El Príncipe como texto de ciencia política en el sentido de las condiciones o leyes objetivas que marcan la actuación de la política en las sociedades de clase. Y lo mismo decía Trotsky cuando señalaba que la lucha de clases era la ley suprema; es decir, cuando definía que los métodos de lucha en la guerra civil no los puede marcar ningún humanismo abstracto sino las realidades materiales de la propia lucha, so pena de sucumbir en ella. Algo que hace eco al propio Maquiavelo, que en El Príncipe recuerda que éste, al conducirse frente a sus amigos y súbditos, debe comportarse de acuerdo a la “verdad real y no los desvaríos de la imaginación”.

Gramsci también se refiere en estos textos, aunque más tangencialmente, al jacobinismo. Suele olvidarse que los jacobinos no eran los “guerreristas” de la revolución, lugar que correspondía a los girondinos (los que, a la vez, se revelaron como “conservadores sociales”(3). Sin embargo, el jacobinismo quedó históricamente identificado con el ala revolucionaria que se vio obligada a tomar medidas extremas en el momento más difícil de la revolución: “Los jefes lo repitieron sin cansarse: es un gobierno de guerra, y no se gobierna en tiempo de guerra como en tiempo de paz. Para asegurar la victoria, no basta decretar grandes medidas, sino que hay que aplicarlas revolucionariamente, es decir, por una autoridad que obre con la rapidez y el poder irresistible ‘del rayo’ (la definición es del propio Robespierre)”(4). Tales medidas ya forman parte del acervo revolucionario. Gramsci insistía en el carácter necesariamente violento de todo acto creador (ex novo) de una nueva sociedad, y reivindica ese aspecto de los jacobinos, a la vez que observa que la crítica a ellos (en su tiempo y también hoy) es en general conservadora (5). Trotsky sostenía lo mismo al afirmar que se podía llegar a una sociedad emancipada sólo por intermedio del puente de los métodos revolucionarios, los métodos violentos (jacobinos): “La dictadura de hierro de los jacobinos había sido impuesta por la situación sumamente crítica de la Francia revolucionaria (…) Los ejércitos extranjeros habían entrado en territorio francés por cuatro lados a la vez (…) A esto hay que añadir los enemigos del interior, los innumerables defensores ocultos del viejo orden de cosas, prestos a ayudar al enemigo por todos los medios” (Comunismo y terrorismo, p. 56).

En todo caso, cabe la crítica a los jacobinos en tanto “bonapartistas revolucionarios”, ya que no solamente tomaron duras medidas de represión hacia la derecha sino también hacia la izquierda. Así, ejecutaron a dirigentes de los enragés como Jean Roux y tantos otros, sin entender que al hacer eso se cavaban su propia fosa. Desde ya que rechazamos esa violencia contra las masas revolucionarias en función de los limitados objetivos de una revolución burguesa: nuestra posición está vinculada al carácter de la dictadura revolucionaria que defendemos (dictadura del proletariado) como la dictadura más enérgica sobre la clase enemiga, pero que al mismo tiempo debe ser la más amplia democracia para la clase revolucionaria. (6)

Así, maquiavelismo y jacobinismo son, dentro de determinados parámetros, necesidades inevitables en medio de la agudización de la revolución y la guerra civil, de las cuales ningún partido revolucionario puede prescindir, porque hacen a las características o leyes de la lógica de toda revolución.

Lo que sí es injustificable y contrario a los principios de autodeterminación de la clase obrera es que esos mismos métodos sean volcados sobre los explotados y oprimidos. En esto la revolución proletaria se diferencia tajantemente de sus precedentes, especialmente la revolución burguesa. Ese límite no se puede franquear: no se puede acompañar, y menos acríticamente, el “sustituismo revolucionario” que campeó sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado. El balance de las revoluciones ha demostrado que la liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos o no habrá emancipación posible. Como decía Rosa Luxemburgo, la revolución socialista es la primera en que las mayorías hacen la revolución en interés de esas mismas mayorías. O, según la definición de Lenin en el mismo sentido, la primera revolución realmente popular. 

El balance de la Comuna y las reglas de excepción que plantea toda guerra civil

Si Marx y Lenin prefirieron centrar su atención en las enseñanzas positivas de la Comuna, Trotsky estaba preocupado por marcar las ingenuidades y limitaciones de la experiencia, que le costaron su existencia. La Comuna invirtió demasiado tiempo en llevar adelante una elección municipal a finales de marzo de 1871, en momentos en que estaba cercada y amenazada. Organizar una elección en semejantes condiciones es considerado por Trotskyuna dispersión de esfuerzos inaceptable dadas las circunstancias. Trotsky también debate acerca de cuál era el verdadero órgano de representación de la Comuna, su organismo de poder. Y concluye que lo expresaba el Comité Central de las milicias populares encargadas de la defensa de la Comuna frente al asedio de los ejércitos francés y alemán (aunque ese comité, dirigido aparentemente por diletantes, nunca se terminara de asumir como tal).

Trotsky polemizó con Kautsky, que tenía una apreciación abstracta (y, en el fondo, reaccionaria) de la democracia revolucionaria, como si pudiese ponerse por encima de las determinaciones concretas de la lucha de clases y perdiendo de vista el contenido de clase y revolucionario que necesariamente tiene la dictadura proletaria. Contra Kautsky, Trotsky señala que cuando el proletariado se halla en una fortaleza sitiada debe jerarquizar las armas y poner todo al servicio de triunfar en la batalla, sin dar lugar a “romanticismos” que sólo pueden alejar a la clase obrera del triunfo. Eso se suele pagar carísimo: decenas de miles de comuneros fueron fusilados inmediatamente después de la derrota, lección histórica que pretendió dar la burguesía francesa a la clase trabajadora no sólo de su país sino de toda Europa y el mundo.

Sin embargo, uno de los aspectos en los que se resentía la visión de Trotsky es en haber aceptado los términos del debate planteado por Kautsky. Es decir, discutió en términos de la abstracta contraposición entre “dictadura” y “democracia”, sin subrayar que la dictadura del proletariado es una democracia de nuevo tipo en relación con los explotados y oprimidos, más allá de las medidas de excepción que se viera obligada a tomar en medio de la guerra civil contra el enemigo de clase. En esta discusión se perdía de vista que la dictadura proletaria es a la vez una democracia socialista, so pena de la clase obrera sea desalojada del poder, como ocurrió a la postre en la ex URSS. (7)

En todo caso, en Su Moral y la Nuestra y en la elaboración de los años 1930, Trosky había corregido ya algunas de sus unilateralidades "entusiastas" de comienzos de los años veinte, proveyendo con este texto una serie de criterios ineludibles a la hora de la política revolucionaria en una época de crisis, guerras y revoluciones como podría llegar a reabrirse al compás de la crisis histórica del capitalismo que estamos transitando. 
 
 
Notas:
 
(1) El filosofo positivista estadounidense Dewey, que fue juez en el proceso que organizó Trotsky para defenderse de las acusaciones de los juicios de Moscú, señalaba, con un argumento puramente formal, que en el texto de Trotsky estaba la contradicción que ponía como un fin un elemento que, en definitiva, era un medio: la lucha de clases. No entendió que Trotsky hablaba de otra cosa: del carácter de la lucha de clases como criterio supremo a la hora de analizar la correspondencia entre fines y medios en la revolución social

(2) Sobre el jacobinismo, recordemos que fue el punto más extremo de la Revolución Francesa, ycorrespondió a algo universal de toda verdadera revolución, burguesa o proletaria: la necesidad de aplicar métodos de excepción en duras condiciones. Sin embargo, en el caso de los Jacobinos, no dejaron de ser medidas extremas pero de la revolución burguesa, y, por lo tanto, por su propia naturaleza, con un fuerte contenido de sustituismo social, razón por la cual los mismos fueron criticados por Marx (quien, como señalara el marxista estadounidense Hal Draper, reivindicaba a otras corrientes de la revolución). También recordamos el clásico trabajo del anarquista trotskizante francés Daniel Guerin, La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa, donde señala que los jacobinos no solamente pegaron hacia la derecha sino también hacia la izquierda, a los enragés que reclamaban por la carestía de la vida y la falta de concesiones hacia las masas laboriosas.

(3) Como análisis histórico sumamente agudo y resumido de los avatares del poder jacobino en particular y de la revolución francesa en general y a tono ilustrativo de lo que venimos señalando, recomendamos leer La revolución francesa y el imperio (1787-1815), Georges Lefevbre, Breviarios, Fondo de Cultura Económico, México, 1986. 

(4) Lefevbre, ídem, pp. 117. 

(5) De entre muchas de estas críticas conservadoras podemos citar las del ex militante comunista y crítico liberal de las revoluciones francesa y rusa, Francois Furet, por no cita la de una de sus inspiradoras, la en el fondo también liberal, Hannah Arendt.   

(6) Un tema polémico a este respecto, que aflora en la crítica de Victor Serge a Trotsky, es el de la represión al levantamiento de Kronstadt en 1921. Ya hemos señalado en otra parte que la justificación para su represión, votada por unanimidad en el Congreso del Partido Bolchevique por todas sus tendencias, se comprendió siempre como un caso de extrema necesidad, de salvación de la revolución, una desgracia inevitable y no como una ley o virtud. Por otra parte, esos marineros de 1921 ya no eran los de 1917 (tenían mayor composición campesina), y lamentablemente fueron instrumentalizados por la contrarrevolución.

(7) Corrigiendo una aseveración equivocada que hicimos años atrás, en El renegado Kautsky Lenin era mucho más cuidadoso que Trotsky al abordar este debate, y se refería explícitamente a la contraposición entre democracia burguesa y democracia proletaria. Es decir, evitaba la mecánica oposición entre “dictadura y democracia” que había planteado Kautsky como fondo del debate.
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A 72 AÑOS DEL ASESINATO DE LEÓN TROTSKY


A 72 años del asesinato de León Trotsky

El 20 de agosto de 1940 fue asesinado Trotsky por los sicarios de Stalin. Queremos aprovechar nuestro homenaje no para sumar otra presentación rutinaria y acartonada del evento, sino para poner sobre la palestra algunos de los duros debates que jalonaron la lucha anti-estalinista. De entre los más apasionantes, está la polémica de los años 20 acerca de las vías de la transición socialista y las agudas observaciones de Trotsky al respecto.

Por Roberto Sáenz

En una reciente charla organizada por los compañeros del PST –integrantes de nuestra corriente SOB- en la Universidad de Costa Rica (UCR) acerca del balance de las experiencias “socialistas” del siglo XX, surgieron un conjunto de ricos interrogantes. Estos se concentraron –sobre todo- en la dinámica de la transición socialista a posteriori de la toma del poder por parte de la clase obrera.

A propósito de la misma se nos ocurrió realizar el siguiente artículo, concentrándonos en una somera revisión crítica de los debates llevados adelante en los años ‘20 en la ex URSS y también en las enseñanzas dejadas por los límites de la experiencia anticapitalista –pero no socialista- de la China del ’49.

Bujarin, Preobrajensky y Trotsky

“El análisis de nuestra economía desde el punto de vista de la interacción (tanto en sus conflictos como en sus armonías) entre la ley del valor y la ley de la acumulación socialista es en principio un enfoque extremadamente provechoso; más precisamente, el único correcto (...) Pero ahora hay un peligro creciente de que este enfoque metodológico sea convertido en una perspectiva económica acabada que prevea el ‘desarrollo del socialismo en un solo país’. Hay motivos para esperar, y temer, que los seguidores de esta filosofía, que se han basado hasta ahora en una cita mal entendida de Lenin, van a tratar de adaptar el análisis de Preobrajensky convirtiendo un enfoque metodológico en una generalización para un proceso casi autónomo” (1).

En la década del ‘20 del siglo pasado se procesó en la ex URSS un debate apasionante acerca de las vías de la transición socialista luego de la revolución. Al compás de circunstancias económicas cambiantes y del aislamiento en el que quedó la república bolchevique luego del fracaso de la revolución europea, una polémica y durísima lucha política se fue abriendo paso acerca de la orientación para impulsar hacia adelante la transición económica en el contexto de las constricciones que imponía el encierro económico y político de la ex URSS.

El oficialismo burocrático encarnado por Stalin y Bujarin, impulsaba una orientación de enriquecimiento campesino y lenta industrialización hasta que a finales de la década, el frente único entre los dos se rompe, y el primero –en un giro político brutal- impone la orientación de colectivización agraria e industrialización a ritmos forzosos (2).

Por su parte, la oposición de izquierda encabezada por Trotsky, alertaba que sin una rápida industrialización y planificación económica, los campesinos terminarían dejando las ciudades sin alimentos y presionando cada vez más por vincularse con el mercado mundial. Esta posición se vio verificada -a la postre- por el curso de los acontecimientos, lo que no llevó a Trotsky a capitularle a Stalin señalando que la “manera” y “quien” estaba llevando adelante este giro podría terminar socavando las bases mismas del Estado obrero. Se generó así un debate estratégico acerca de cuál debía ser la orientación general para hacer avanzar la transición en un sentido socialista.

A comienzos del siglo XXI volver sobre esta discusión no deja de tener importancia. Los postulados generales del debate llevado adelante en esos años ha dejado un manantial de enseñanzas “universales” que, sin embargo, desde hace décadas que no se vuelve a revisar de manera sistemática.

Su importancia estriba en que lo que se terminó colocando sobre la mesa es la comprensión de la “mecánica” misma del proceso de transición socialista: sus condiciones más “universales”.
Lo que nos interesa aquí es subrayar los clivajes teóricos más generales, encarándolos desde una óptica en cierto modo original: dar cuenta no solamente de las “inercias” teóricas de la fracción burocrática, sino, sobre todos, de las limitaciones del enfoque del propio Eugen Preobrajensky (eminente economista de la oposición de izquierda), las que se vieron puestas sobre la palestra -en tiempo real- cuando este termina capitulando ante el giro “izquierdista” de Stalin a finales de los años ’20. Postulamos un intento de superación dialéctica de su enfoque.

Haremos esto tomando como punto de partida algunos de los señalamientos dejados por el propio León Trotsky (pero no desarrollados in extenso) a comienzos de los años 30 acerca de la necesaria imbricación –en el proceso de la transición- entre plan, mercado y democracia obrera (3) configurando una superación crítica del punto de vista estrictamente “económico” de Prebrajensky.

Ley del valor, fuerza de trabajo, proteccionismo y acumulación socialista

Lo primero a señalar es que lo que está aquí esta en juego es cuál es, cual debe ser a la luz de la experiencia práctica del siglo XX la verdadera mecánica de la transición socialista. Aquí se pone en juego un problema que no pocas consecuencias ha tenido entre las filas de los marxistas revolucionarios: el tener una mirada esquemática de la transición socialista cómo si fuera un proceso regido por “puras leyes económicas de tipo newtoniano” que podrían operar mecánicamente por encima de las clases y las fracciones de clase llevando a uno y solo un resultado posible: el socialismo.

Existe un nudo teórico en este debate: tiene que ver con la relación entre los tres elementos que necesariamente “regulan” la economía en la transición: el mercado, la planificación y la democracia de los trabajadores. En primer lugar, la discusión acerca del mercado quedó planteada correctamente en “La Nueva Economía” de E. Preobrajensky: tenía que ver con la continuidad -o no- de las imposiciones de la ley del valor en la transición.
Bien, la cuestión siempre se ha expresado bajo la forma de una ardua polémica dentro de las filas de las corrientes revolucionarias socialistas. Desde nuestra corriente siempre hemos sostenido que la ley del valor inevitablemente se mantiene en las economías de transición, y que oscurecer este hecho flaco favor la hace al proceso mismo de la socialización de la producción.

Esto se debe a varias razones. La principal tiene que ver con la subsistencia del mercado mundial y con el hecho que al realizarse la mayoría de las revoluciones anticapitalistas del siglo pasado en países atrasados, inevitablemente su “racionalización económica” no podía prescindir de la medida del valor: la medición de la riqueza por el tiempo de trabajo medio empleado en producirla.

Por esto mismo, no es casual que el mismo Trotsky haya insistido una y otra vez en que como correlato de la necesaria subsistencia de la ley del valor, la moneda estable es una forma inevitable de racionalización económica. No hay otra manera de medir, objetivamente, la productividad económica del Estado obrero. Es para ello que hace falta el señalado patrón objetivo y común: una moneda estable es la medida de la productividad del trabajo.

Amén del elemento anterior, hay otro que en general no ha sido tomando en consideración: el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, incluso después de la expropiación de los capitalistas. Porque en los países donde fue expropiado el capitalismo, en todos los casos, sea la Revolución Rusa del 17 o la China del ’49, la fuerza de trabajo mantuvo, invariablemente, el carácter de mercancía intercambiable por un salario. Si el principal “factor de la producción” siguió siendo una mercancía… no hay como suponer que la ley del valor no siguiera rigiendo –al menos hasta cierto punto- en la economía de transición. Oscurecer esto implica negar las imposiciones que la misma sigue implicando respecto del carácter todavía –por así decirlo- no “emancipado del todo” de la fuerza de trabajo y la problemática de la generación y administración del trabajo no pagado.

Al respecto, y como digresión, digamos que en la transición sigue subsistiendo, inevitablemente, un principio de explotación del trabajo: “la autoexploración” o “explotación mutua”: este es un tributo colectivo y conciente de la clase obrera para las generaciones posteriores. Pero si esta autoexploración no significa que la acumulación este al servicio del progreso general de la clase obrera sino de una burocracia que se encarama por encima de ella, esta auto-explotación se transforma en lo opuesto: una nueva forma -no orgánica- de explotación unilateral al servicio de la burocracia que es la que se queda con la parte del león de la acumulación. Veamos un ejemplo de la China del ‘49: “[No se puede dejar de ver] el problemático papel del Estado, que nunca es neutral, y menos aun cuando la burocracia del aparato estatal no está sometida a ningún tipo de control. En China, desde los años cincuenta, la burocracia ha secuestrado en los hechos el Estado, y lo usa como maquinaria para apropiarse del excedente social” (4).

Retornando sobre nuestro argumento, señalemos que cuando hablamos de ley del valor en la transición, inevitablemente debemos hablar de los alcances pero también de los límites del imperio de la misma. Porque si el Estado obrero dejara regir plenamente la ley del mercado está claro que lo qué ocurriría es el retorno al capitalismo y no la acumulación socialista(5) . Por el contrario, y contra esta tendencia al enriquecimiento pequeño-burgués, lo que debe hacerse para promover la acumulación socialista en manos del Estado proletario es precisamente violar este imperio de la ley del valor (6).

Desde el Estado obrero debe haber -y no puede dejar de “haberlas”-, “infracciones” necesarias e inevitables al imperio del valor: hay que infligirla –claro que no al precio de la caída en la “irracionalidad económica”- so pena de que no haya acumulación socialista.

¿A qué nos referimos con esto? Al hecho inevitable que la acumulación –una vez expropiados los capitalistas, pero en el contexto de la subsistencia del mercado capitalista mundial- deberá hacerse en toda una serie de ramas y dominios económicos en los que seguramente la economía del país postrevolucionario del que se trate no debería poner en pié si se atuviera a los criterios promedios de productividad del mercado mundial.

Y, sin embargo, a la “espera” de la extensión “universal” de la revolución, el hecho es que se debe poner en pie todo el mecanismo de la economía so pena la “inanición” del Estado obrero: todo un sistema de ramas de la economía. Más aun teniendo en cuenta el seguro aislamiento a la que será sometida la revolución (por lo menos en un primer momento).

En esas condiciones, esta infracción de la ley del mercado es una obligación de principios de la transición que tiene que ver con los necesarios mecanismos de “proteccionismo socialista” de la economía. Es que si se permitiera el libre comercio con el mercado internacional a “valores” los campesinos (o productores capitalistas agrarios, o cualquier productor todavía “privado” de mercancías subsistente), inevitablemente preferiría exportar su producción.

Esto por dos razones: con toda seguridad, estos productores privados (sobre todo los agrarios) obtendrían mayores precios en el mercado internacional que los fijados internamente por el Estado; podrían comprar con divisas o moneda dura mejores mercancías –de mejor calidad y menor precio- que en el mercado interno.

Es decir: es obvio que cuando el Estado proletario fija los precios a la producción agraria y obliga a los productores del campo a comprar productos de la industria más atrasada del país que del exterior, hasta cierto punto esta “explotando” a estos productores agrarios entregándoles menos valor a cambio de más valor: hecho que sirve a la acumulación socialista como correctamente –a este respecto, también- subrayara Preobrajensky.

Es así que la ley del valor subsiste, debe en cierto modo subsistir para racionalizar la economía y, a la vez, desde ser necesariamente infringida en el proceso de la transición para lograr que la acumulación socialista vaya para adelante.

La planificación socialista como principio de racionalidad

Establecida la problemática de la ley del valor, está la problemática de la planificación. Es aquí donde se observan los costados más defectuosos del pensamiento “preobrajenskiano” (y que los “trotskistas” de la segunda posguerra tomaron al pie de la letra).

Es que con la justa preocupación de impulsar la industrialización en manos del Estado obrero hacia adelante, Preobrajensky llegó a caracterizar unilateralmente a la planificación como una suerte de “ley” natural (“Ley” con mayúscula en todo el sentido de la palabra) (7).

En puridad, fue bajo la dirección política de Trotsky que la oposición de izquierda levantó la necesidad de industrializar el país y planificar sistemáticamente su economía. Pero el concepto de “ley del plan” o “ley de la acumulación socialista” fue más producto del economista señalado, cuestión que fue visualizada por el mismo Trotsky –como ya hemos señalado arriba- al denunciar el peligro de que esta misma “ley” pudiera ser interpretada como un proceso casi autónomo del sujeto social y político que está al comando de la transición.

Profundicemos un poco en este tópico. A nuestro modo de ver, esta idea de “ley de la planificación” se la puede asumir en dos sentidos diferentes. Por un lado, partiendo correctamente del hecho obvio que si la asignación de recursos ya no se hace por la vía de la anarquía del mercado (no se hace ya centralmente sobre la base de productores privados porque los capitalistas han sido expropiados) una planificación de los “factores” económicos se debe necesariamente imponer para llevar adelante la organización económica como un todo.

Pero lo que nos preocupa aquí es la utilización de esta idea de “ley” en otro sentido: si lo que se entiende por “ley” es una que se debe imponer en el sentido socialista del término, de una acumulación al servicio de la clase obrera, la acepción de “ley” es cuestionable porque parecería que la misma se pudiera imponer cual ley de la naturaleza independientemente del sujeto que esté al frente de la dirección de la economía.

Repetimos por si no quedó claro: si se cree que esta “ley” se impondría espontáneamente cual ley de la gravedad que haga avanzar la acumulación en un sentido obrero y socialista… la idea está toda mal, porque la experiencia histórica ha demostrado que los procesos económicos-políticos-sociales de la transición no avanzan en el sentido socialista si la clase obrera no está al frente verdaderamente del Estado.

Esta idea -que la transición socialista avanzaría “espontáneamente”- ha dado lugar a equívocas derivas objetivistas en el sentido de creer que se trataría de una “ley” que se impondría por si sola, independientemente de los sujetos: de “quien” y “como” planifique. Esto último es completamente falso.
En puridad, cuando se habla de la “ley del plan”, sobre todo en las etapas iniciales de la transición, se esta frente más a un “principio de planificación” que a una verdadera “ley” (8).

Es decir, no hay como -en la transición- la planificación se imponga con la regularidad de una ley espontánea tal cual se impone el valor cuando se la libera de trabas en el capitalismo (revolución burguesa mediante).

Esto se debe a varias razones: entre ellas, que el plan debe ir, conscientemente, contra determinaciones que libradas al solo imperio de lo “natural”, irían para la ruptura del monopolio del comercio exterior y a una “racionalidad económica” según los precios del mercado.

Pero, además, hay otro problema: “quién” y “como” planifique no es un problema menor. Es decir: es un craso error creer que la planificación se podría imponer -en toda su “racionalidad”- por si sola. La planificación es hasta cierto punto una intervención de la política –y de las valoraciones- en la economía. Contra lo que muchos “trotskistas” suponen, la planificación no tiene –no puede tener- una racionalidad per se: “quién”, “cómo” y “para qué” planifica es fundamental. Como decía Pierre Naville, la racionalidad de la planificación, su superioridad respecto de la anarquía del mercado, no se puede afirmar mecánicamente: depende de sus fines. ¡Y sus fines dependen de al servicio de qué clases y fracciones de clase está la planificación misma!

También la anarquía del mercado capitalista tiene su racionalidad: sin algún tipo de racionalidad los sistemas sociales se vendrían abajo. Lo que pasa es que su racionalidad es una al servicio de la acumulación capitalista (incluso en detrimento del desarrollo de las fuerzas productivas). Pero el desarrollo de las fuerzas productivas en la transición socialista, la acumulación socialista, para que sirvan realmente a la clase obrera, no se podría imponer espontáneamente: eso ha sido demostrado por toda la experiencia del siglo XX.

En definitiva: creer que la planificación podría tener una “racionalidad per se” podía ser algo comprensible en las primeras décadas del siglo pasado. Pero viendo toda la experiencia de conjunto, no deja de ser un comportamiento necio: un error de craso de objetivismo que pierde de vista el hecho que para que la acumulación económica sirva a la clase obrera debe estar en sus propias manos y no de una burocracia que como capa social ajena a la misma buscará, sobre todo, resolver su propia cuestión social.

Propiedad, posesión y Estado proletario

Hay todavía un tercer problema. Se trata de que las relaciones entre economía y política en la transición se encuentran modificadas respecto del “tipo ideal” del capitalismo de libre mercado. En el tipo ideal capitalista, economía y política están separados estrictamente. Pero esto se trastoca en la transición: necesariamente ambas instancias se vuelven a “fusionar”: con la economía “estatizada” el estado se transforma en el organizador económico.

Aquí llegamos al problema de la democracia obrera: necesariamente se debe pasar al nivel del carácter del Estado, del carácter real del poder: la dictadura del proletariado. Porque si la planificación no tiene una racionalidad per se, si todo depende de quien y como planifica, es evidente que esto no podría quedar en el mero nivel “económico”: depende de definiciones políticas y de política económica más estratégicas. Y esto se desprende, inevitablemente, del carácter del poder; más aun cuando nos encontramos en una situación donde la economía, los medios de producción, han sido estatizados: en ese caso, de quien “es” realmente el Estado, es fundamental.

Esto rompe, necesariamente, con la igualación mecánica habitual -en las filas del “trotskismo”- entre propiedad estatal y propiedad de la clase obrera (o socialización). Por varias razones. Una: que la propiedad solamente es tan absoluta en el caso de la propiedad privada capitalista. Pero cuando se proclama la “propiedad del pueblo entero” y cuando dentro de tal “pueblo entero” hay, necesariamente, tan diversas clases y fracciones de clase, hay que especificar de qué “pueblo” se está hablando… Porque, además, en los demás regímenes sociales que en la historia ha habido, la propiedad siempre enmascaró distintas posiciones reales: distintos grados de apropiación real de las cosas (9). Es decir, además del concepto de propiedad, está el de posesión efectiva. Si se declara que la clase obrera es propietaria de un bien pero ese bien nunca está en sus manos realmente –léase los medios de producción-, evidentemente la clase obrera muy propietaria de los medios de producción no se va a sentir. Un viejo dicho en los países del Este europeo era muy ilustrativo al respecto: “la propiedad que se declara de todos… no es de nadie… y se la apropia el más vivo”.

Al respecto, es interesante un reciente señalamiento respecto del caso de China del ’49: “[Muchas veces se pierde de vista que en las sociedades no capitalistas] las leyes y regulaciones escritas no son necesariamente vinculantes en la práctica. Desde los años cincuenta, la burocracia china gobierna usando un conjunto de reglas ocultas y no escritas (…). El objetivo de las reglas ocultas es obvio: están al servicio de [los intereses] ocultos de la burocracia, esto es, del enriquecimiento de esta” (11).

Pero, además, en la definición de la propiedad como “social” hay una evidente contradicción ya marcada por Pierre Naville: el hecho que siempre qué se declara una propiedad es en relación a no propietarios. Efectivamente, la propiedad estatizada al principio se afirma contra los capitalistas expropiados. Pero con el devenir de la transición, la propiedad misma se debe reabsorber en la socialización efectiva de la producción –esto es, la gestión colectiva de los medios de producción por parte de la clase obrera autoorganizada- so pena de que la propiedad se termine afirmando –como ocurrió en los hechos- contra la masa de los trabajadores.

Así las cosas, la propiedad estatizada debe remitir, más concretamente, a la posesión efectiva de los medios de producción por parte de los trabajadores –superación de la división entre trabajo vivo y trabajo muerto de manera efectiva- y la disolución de toda la propiedad por la vía de la socialización del trabajo.

Porque, a la vez, son estas mismas relaciones las únicas que pueden permitir una planificación económica al servicio de la clase obrera y un carácter efectivamente obrero del Estado en la medida que la expropiación de los medios de producción sea puesta realmente al servicio, gestión y control efectivo por parte de la propia clase obrera.

Es decir, la democracia obrera, una auténtica dictadura del proletariado, el ejercicio del poder de manera efectiva por parte del proletariado, es el tercer factor para poner la acumulación al servicio de las necesidades de la masa de los explotados y oprimidos.

El poder en manos de la clase obrera

En síntesis: ¿qué tenemos luego de la valoración de estos tres aspectos señalados? Lo que tenemos es que, en la transición, la interrelación de los factores económicos y políticos, objetivos y subjetivos, está necesariamente imbricada, profundamente interrelacionada.

Nuestra posición es una crítica a los abordajes puramente “economicistas” de la transición que creen que la economía de la transición socialista se puede definir por el solo factor de la estatización de la propiedad privada.

Toda la experiencia del siglo pasado ha demostrado que esto no es así: no alcanza con que la propiedad capitalista haya sido expropiada –condición absolutamente necesaria pero no suficiente- para que estemos en una sociedad y economía realmente de transición: hace falta que el poder político pase efectivamente a manos de los trabajadores: que se ponga en pie una verdadera dictadura del proletariado.

Porque si como hemos tratado de demostrar más arriba, la transición esta pautada por la inextricable relación de los tres elementos señalados, para dónde vaya esa transición realmente depende no solamente del contexto económico de la misma, sino de la naturaleza del poder político del Estado.

En síntesis: no alcanza para definir una economía de transición socialista con que la propiedad sea de “la clase obrera”… “aunque esté –pequeño “detalle”- en manos de la burocracia” tal cual dijo el “trotskismo” en la 2° posguerra: la propiedad y la posición de los medios de producción, el poder político y la capacidad efectiva de planificación, deben estar en manos de los trabajadores para que la transición camine en sentido socialista (11): esta es una de las principales lecciones que la experiencia del siglo XX ha legado para las revoluciones socialistas del XXI.

Notas:

1- León Trotsky: “Notas sobre cuestiones económicas” (1926).

2- A nuestro modo de ver, este giro del estalinismo, amen de destruir las fuerzas productivas en el campo por varias décadas, comienza a sentar los pilares para la transformación del “Estado obrero con deformaciones burocráticas” en “Estado burocrático con restos proletarios y comunistas” como lo definiera -en tiempo real- Christian Rakovsky.


3- A este respecto, repetimos aquí nuestra crítica al compañero Claudio Katz que en un trabajo sobre esta materia llega a plantear, equívocamente, que los enfoques de Bujarin, Preobrajensky y Trotsky serían simplemente complementarios…


4- “¿Final de un modelo o nacimiento de uno nuevo?”. Au Loong Yu, New Politics, Verano del 2009. En
www.socialismo-o-barbarie.org

5- La anterior era la consecuencia inevitable de la orientación oportunista de Nicolai Bujarin acerca del enriquecimiento ilimitado de los campesinos propietarios.


6- Violarla hasta cierto punto en el sentido de impulsar la producción en ramas económicas que inevitablemente tendrán menos productividad que las del mercado mundial capitalista, esto como condición para poner en pié el mecanismo de la economía de transición. Hasta cierto punto decimos, porque esto no quiere decir el quedarse sin medida objetiva de la riqueza o pretender, voluntaristamente, que la medida de la producción sobre la base de las horas de trabajo podría ser desechada administrativamente…


7- Este análisis es seguido por los compañeros del PSTU del Brasil, el PO (burdamente economicista) o el PTS de la Argentina que llega a hablar de una “racionalidad per se” de la planificación. A decir verdad, veinte años atrás Nahuel Moreno estaba por delante de estos análisis cuando en una escuela de cuadros del viejo MAS demostraba palmariamente la irracionalidad completa de la planificación en manos de la burocracia.


8- En el transcurso del debate de los años ’20 Nicolai Bujarin llegó a hablar de este “principio de la planificación” pero en su caso era para un objetivo contrario al que estamos criticando acá: para quitarle toda entidad real, toda “necesidad”, lo que también es falso porque justamente uno de los contenidos centrales de la planificación es justamente romper la racionalización económica sobre la base de los valores.


9- Este era el caso, por ejemplo, del colonato en el feudalismo: se trataba de una forma de propiedad que significaba muy diferentes formas de acceso a la misma por parte de los campesinos propietarios de la tierra.


10- Au Loong Yu, ídem.


11- Esto no parece entenderlo del todo –aunque lo intenta, en parte- Roberio Paulino, ex militante del PSTU y actual integrante de Socialismo Revolucionario (integrante de la CWI a nivel internacional) que en un libro de reciente edición, “El socialismo del siglo XX: ¿qué falló?”, no logra superar realmente un enfoque de tipo deutcheriano del estalinismo: a pesar de todos los pesares… la burocracia habría sido agente de la transición socialista.

domingo, 19 de agosto de 2012

NOVEDAD EDITORIAL DEL NUEVO MAS


"Ciencia y arte de la política revolucionaria" (Apuntes de formación) de Roberto Saénz

Este material intenta volver a proponer las herramientas elementales de la acción política revolucionaria, apoyándonos en la riquísima tradición del marxismo revolucionario y en su actualización, pasando por el tamiz de las lecciones estratégicas dejadas por la revoluciones del siglo pasado. El objetivo es contribuir a preparar una nueva generación para los tiempos agitados que se vienen...

De tanto en tanto, las circunstancias de la lucha de clases y el surgimiento de nuevas generaciones en nuevas condiciones nos plantean a los socialistas revolucionarios representar algunas de nuestras posiciones de manera que sean comprensibles para estos nuevos compañeros y compañeras y sirvan al despliegue de su actividad.

Esta tarea debe ser encarada, sin embargo, evitando la vulgaridad de muchos de los acostumbrados "manuales", que se transformaban en una suerte de "recetario" que, lejos de ayudar a pensar y actuar, atan las manos.

La vigencia del marxismo revolucionario en el siglo XXI

La crisis histórica que hoy transita la economía capitalista mundial, y el ciclo de rebeliones populares que ha desatado internacionalmente, trae a escena a una nueva generación, heredera de la crisis de alternativas de los años 90, pero también protagonista de un renovado despertar de los explotados y oprimidos a nivel mundial. Esta nueva generación está haciendo sus primeras armas en las calles de El Cairo, Atenas, Madrid, Nueva York, Londres, Santiago de Chile, Bogotá, México D.F., Moscú, las ciudades obreras de China y más allá.

Nos interesa trasmitir elementos de política revolucionaria a quienes se ponen de pie luego de décadas en las cuales se vivió una suerte de "grado cero" de la lucha clases, que prácticamente cortó el hilo de continuidad con las generaciones anteriores.

Para esta tarea es imprescindible llevar a cabo una reivindicación de la vigencia de la tradición del marxismo revolucionario. El retorno de la lucha de clases ha reabierto el debate estratégico, que en muchos aspectos tiene rasgos de verdadero recomienzo histórico. Por esa razón, está a la orden del día una suerte de retorno a las fuentes en cuanto a los puntos de referencia para la acción revolucionaria.

Desde nuestra corriente reivindicamos la defensa de la tradición del marxismo revolucionario, especialmente las enseñanzas dejadas por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo (y también Gramsci, al que aún debemos estudiar más en profundidad), sobre todo en el terreno en el que cada uno se reveló más fuerte.

Es desde esa ubicación que creemos se deben enfrentar las derivas reformistas, autonomistas, populistas y "socialistas nacionales" hoy en boga, así como también el cerrado doctrinarismo de las corrientes incapaces de extraer enseñanza alguna de la riquísima experiencia, pero también frustraciones y derrotas, de las revoluciones del siglo pasado.

Como subproducto del desierto político-ideológico que se generó posteriormente a la caída del Muro de Berlín, este recomienzo de la experiencia histórica ocurre en condiciones en que la mayoría dentro de esos nuevos contingentes carece casi completamente de las herramientas del quehacer político más elemental. De ahí que todo tipo de falsas ideologías y telarañas mentales los caractericen, entre las cuales el rechazo a los problemas del poder y la "forma partido" son algunas de las más características, por no hablar de la negación de la centralidad de la clase trabajadora.

Es que como resultante de las frustraciones del siglo pasado, la burocratización de la Revolución Rusa y la degeneración burocrática del conjunto de los estados obreros o anticapitalistas, la tradición del marxismo revolucionario y sus enseñanzas parece haber quedado cuestionada. Y sin embargo, entre Lenin, Trotsky, Luxemburgo y Gramsci, y el surgimiento del stalinismo, lo que hubo no fue de ningún modo una "continuidad" sino la mayor ruptura concebible: un quiebre total entre las perspectivas de libre autodeterminación de la clase trabajadora por oposición total a su dominación burocrática y el vaciamiento de todos los objetivos emancipatorios de la revolución.

Con el presente material trataremos de aportar nociones elementales que sirvan de insumo para la educación político-práctica de la nueva generación no sólo de nuestra corriente internacional, sino del activismo en general. Nos centraremos en la actividad política propiamente dicha bajo la idea general de que la política revolucionaria, cuando se hace fuerza material y organización partiendo de los problemas y condiciones reales, puede mover montañas.
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viernes, 17 de agosto de 2012

DECLARACIÓN DEL NUEVO MAS SOBRE EL CONFLICTO DEL SUBTE


El paro se levantó, el conflicto no terminó

Es imprescindible recuperar una estrategia independiente

Después de una histórica medida de prácticamente diez días de paralización total, ayer se levantó el paro de los compañeros del subterráneo. Se logró un acuerdo alrededor de puntos del convenio y sumas no remunerativas, pero el reclamo por el 28% de aumento no ha sido resuelto. Y, sobre todo, lo que no está resuelto, es que autoridad, de qué ámbito, es la que va a hacerse cargo de asumir la responsabilidad sobre la marcha del servicio: si el gobierno nacional o el de la ciudad.

En este momento los compañeros del subte respiran aliviados: se logró levantar un paro que venía complicándose y a pesar de todo se obtuvieron puntos reivindicativos sentidos; no fue todo en vano y a pesar de que el reclamo de fondo no está resuelto, sin embargo la lucha no terminó en derrota. Como dijo el propio Pianelli: se obtuvieron unas “migajas”, pero peor hubiera sido nada.

Sin embargo, la cosa no está para festejar: es que el problema del salario, el más importante en la agenda de los compañeros y compañeras trabajadoras del subterráneo, no quedó resuelto y esta situación no tiene que ver con un punto más o menos de salario sino al problema de fondo de qué autoridad se hace cargo del servicio.

Es ahí donde salta el grave problema de la conducción mayoritaria de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro (AGTSyP) encabezada por Beto Pianelli: la pérdida de su independencia política. Es que Pianelli muestra como un gran punto a favor su adscripción a la CTA oficialista de Hugo Yasky, el ser miembro de Nuevo Encuentro, partido pro k dirigido por el ex intendente de Morón, Martín Sabatella, y el ser abierto simpatizante del gobierno de Cristina Kirchner. Por la base, la traducción de esta ubicación de parte de la dirección mayoritaria del nuevo gremio, se expresa en que muchos compañeros y compañeras simpatizan con el gobierno kirchnerista porque erróneamente opinan que “es gracias a Néstor y Cristina que tenemos las conquistas obtenidas en los últimos años”...

En esta ubicación hay muy graves problemas. Por empezar, las conquistas obtenidas por los compañeros y compañeras del subte nunca fueron graciosas concesiones o “dádivas” del gobierno kirchnerista: fueron obtenidas con duras luchas, muchas de ellas gozando de la simpatía de amplias franjas de los trabajadores y el apoyo activo de la izquierda. Sea cuando se logró la jornada de seis horas, cuando fue el duro paro de Semana Santa, cuando hubo que plantarse por los compañeros de las tercerizadas, o contra las provocaciones de la patota de la UTA, cuando en noviembre del 2009 se llevó a cabo la dura lucha por el reconocimiento del nuevo sindicato y un largo etcétera. En la mayoría de esas peleas –si no en todas- el gobierno no estuvo “apoyando” sino en la vereda de enfrente del reclamo; reclamo frente al cual, si retrocedió, se debió a la firmeza de los propios compañeros y compañeras, los apoyos logrados y las condiciones más generales que transitaba el país en aquellos momentos, favorables a la lucha social. La confusión acerca de las razones de sus logros es una de las más graves y tristes consecuencias de la pérdida de independencia política y sindical de la conducción mayoritaria de la asociación: ¡sus conquistas son hijas del Argentinazo del 2001 y no del gobierno que vino a reabsorber y enterrar las potencialidades de ese proceso de lucha y cuestionamiento desde abajo!

Pero hay más. El hecho es que estos diez días de duro paro, dónde por momentos la solución no parecía venir de ningún lado, deberían hacer reflexionar en qué medida el estar en la órbita del oficialismo político y sindical K trae realmente algún “beneficio” para los trabajadores del subte. Por ejemplo, Pianelli participó en una reunión con Cristina la semana pasada como parte de una visita “protocolar” de la CTA oficialista: ¿en qué ayudó esta visita? En nada. Es más, la propia CTA Yasky brilló por su ausencia durante el conflicto: ¡siquiera fue capaz de sacar una declaración pública de apoyo al mismo! Muchos menos, claro está, osó amenazar con poner en práctica una medida de lucha en apoyo a los compañeros y compañeras del subterráneo que estaban en huelga.

Y el apoyo de Pianelli a los K siquiera ha servido para que la AGTSyP sea reconocida por el estado en manos del gobierno K; solamente se ha logrado la simple inscripción y por esta razón la UTA todavía sigue reivindicando la “representación legal” de los trabajadores del subterráneo, dándole argumentos a todos los enemigos de los trabajadores del subterráneo (la empresa Metrovías, la burocracia de la UTA Macri y el gobierno nacional).

En realidad, la cosa es mucho más compleja. El hecho es que Pianelli hipotecó la independencia política de la dirección del subterráneo sólo para quedar en medio de una disputa interburguesa en la que nada tienen que ver los trabajadores, sin obtener nada tangible a cambio en materia de fortalecimiento de la capacidad reivindicativa de los trabajadores. Siquiera, como está dicho, el reconocimiento del nuevo sindicato (lo que se debe a que el gobierno peronista de Cristina es el garante, en último instancia, de la burocracia sindical en su conjunto, aunque se quiera disfrazar de progresista[1]).

Pero de este problema se va a otro que es una de las cuestiones de fondo del actual conflicto: ¿quién se hará cargo de los problemas del servicio? Como es sabido, los Roggio alegan que están “perdiendo plata” (aunque tampoco parecen dispuestos a dejar una concesión que tan jugosas ganancias le ha venido dando). Por su parte, a comienzos del año el gobierno de Cristina (como parte de su política de ajuste por “sintonía fina”), trató de pasarle la responsabilidad del servicio al gobierno de la ciudad. Pero Macri, luego de haber aceptado inicialmente hacerse cargo (¡y de aumentar el boleto a 2.50$!), desistió alegando problemas de “seguridad”[2].

Consecuencia: la responsabilidad sobre el subterráneo de Buenos Aires quedó como en el limbo, situación en la que se encuentra hasta hoy y es la razón por la cual siquiera se ha podido cerrar hasta el momento la paritaria.

Pero aquí se coloca precisamente el problema acerca de con qué estrategia se debería pelear en este diferendo. Dado que Pianelli ha optado, lamentablemente, por aliarse con el kirchnerismo, desde comienzo del año viene defendiendo la aberración de que “sería mejor que el subterráneo esté a cargo de Macri”…[3] Es decir, una orientación funcional a Cristina pero que se da de patadas con las necesidades reales de los trabajadores. Esto no solo tiene el grave problema de que al quedar atrapado en una disputa interburguesa, sirve a la campaña gorila de restarle legitimidad a los reclamos de los trabajadores del subte. Mucho más grave es el hecho que la estrategia de los sectores clasistas e independientes en materia de responsabilidad y propiedad de las empresas privatizadas pasa porque las mismas sean estatizadas bajo control de los trabajadores, no que la concesión pase de la mano de una autoridad burguesa a otra. Y a la hora de esta estrategia, solo un ciego optaría porque de ellas se hiciera cargo un estado más débil y no el financieramente más fuerte, que es estado el nacional.

En el subterráneo y para resolver el problema de fondo, se debería exigir el cese de la concesión del subterráneo a Roggio y que el servicio pase a manos directamente del estado nacional bajo control y / o administración de los trabajadores. Esto es evidente hasta por el hecho que es el estado nacional el que tiene presupuestariamente más “espaldas”; el que puede encarar el financiamiento de los planes de obras que son necesarios para que el servicio no se siga deteriorando como ocurre a ojos vista. Pero no: como Pianelli es simpatizante del kirchnerismo, ha sido funcional al pase del servicio a la jurisdicción de la Capital Federal, solo en razón de la pelea de los K con Macri por quien aplica el ajuste y el aumento de las tarifas en el servicio del subte.

Así las cosas, la pérdida de independencia de Pianelli y del sector del sindicato que está alrededor de él, sólo apunta a socavar estratégicamente las posiciones conquistadas. Es verdad que en esta oportunidad se evitó una derrota; como el conflicto venía complicándose, la mayoría de los compañeros y compañeras vio esta salida como un alivio y votó mayoritariamente por ella en las asambleas. Pero el problema de fondo sigue sin resolverse: al haber quedado entre “dos fuegos”, solo se han comprado un problema que es ajeno, sin haber logrado resolver el propio que es el de la paritaria. Y, más en general, el del futuro del servicio del subte en su conjunto, gravemente deteriorado por responsabilidad conjunta del gobierno nacional, del de la ciudad y de los Roggio.

Es por esto que hace falta un replanteo estratégico general. Hay que colocar en el centro el ¡¡Fuera Roggio!! y plantear que la pelea entre Cristina y Macri es entre políticos patronales, que no es la nuestra. Que la salida de fondo pasa por la reestatización del subterráneo bajo control obrero; que el estado nacional se haga cargo de las inversiones que son cada vez más necesarias y urgentes, y que los trabajadores pasen a controlar la gestión. También que el Ministerio de Trabajo se deje de dar largas al asunto y reconozca la personería gremial a la AGTSyP.

En fin: si los compañeros del subte no quieren ver hipotecadas sus conquistas, hace falta un giro de 180 grados en la orientación del gremio: volver a una estrategia independiente que es realmente la que posibilitó obtener las conquistas que lograron estos años, de otra manera, a partir de ahora, pueden comenzar a vivir derrotas por equivocarse de aliados.

Desde el Nuevo MAS aportamos fraternalmente estas opiniones para colaborar en el debate abierto en las bases y el activismo del subte sobre el balance del conflicto y los desafíos por venir.

 
[1] Al respecto, son aleccionadoras las declaraciones públicas del hermano de Mariano Ferreyra, Pablo Ferreyra, en un reportaje realizado el último fin de semana en Página 12, dónde a pesar de reconocerse abiertamente como “simpatizante kirchnerista” declara que una de las cosas que no le “cierran” es justamente este compromiso del gobierno de Cristina con el conjunto de la burocracia sindical. Recordemos acá que la UTA, también hace parte de la CGT oficialista o “CGT Balcarce”.

[2] La excusa fue la tragedia del ex Sarmiento a comienzos de marzo de este año; pero la realidad es que hacerse cargo del subterráneo es comprarse un problema dado el nivel del deterioro del servicio, los problemas con la concesión de los Roggio, la tradición de lucha de sus trabajadores, la maniobra de tercerización del ajuste implementada por Cristina y un largo etcétera.

[3] Uno de los argumentos de Pianelli es que “el gobierno de Macri es más débil, entonces es más fácil pelear contra él”. La realidad es que la base electoral del macrismo es cogotuda y de derecha, y, por lo tanto, mucho menos permeable a los reclamos de los trabajadores; por esto, entre otras cosas, Macri ha podido decir que no le importaba que el subte estuviera paralizado, que más le importa la “seguridad” del mismo… Dado su nivel económico, es evidente que su base social no es la más afectada cuando el subterráneo se paraliza.
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domingo, 12 de agosto de 2012

VOLANTE DEL NUEVO MAS- PARTIDO DE LA COSTA


¡Justicia por Mariano Ferreyra!. Nos tocan a uno, nos tocan a todos

El crimen de Mariano Ferreyra desnuda un sin número de verdades, imposibles de desmentir, entre ellas la tercerización como variante de precarización laboral en los tiempos K; la burocracia sindical de Pedraza elevada ya no a entreguistas vulgares sino a respetables patrones de cooperativas y asesinos con bandas que incluyen barrabravas y apoyo patronal, los burgueses nacionales de las concesiones piratas o la participación de la policía federal en el crimen del compañero como participe necesario. Todas las bondades del capitalismo de estos días resumidas en un crimen alevoso.

 Pero no todas son pálidas, porque gracias a la movilización desde el mismo día del crimen de trabajadores, organizaciones políticas y gremiales, mas el aporte de una reportera de canal de televisión que mostró pruebas para qué el crimen no fuera ensuciado, se ha logrado llevar por ahora al banquillo de los acusados a parte de la patota de la Unión Ferroviaria como autores materiales e intelectuales del crimen. Esto refleja como poco a poco cambian las cosas. Nada está garantizado para el gobierno y la patronal, ni que todo se limite a condenar a Pedraza y compañía y ellos no sean tocados por esta causa. Todo dependerá de la movilización popular y continuar la lucha contra la tercerización, contra la burocracia sindical y contra este gobierno antiobrero. Recordemos que luego de este luctuoso hecho se han reincorporado cientos de trabajadores tercerizados al ferrocarril, por lo que luchaba el grupo de compañeros que estaban con Mariano el día de la represión en Barracas.

El mundo está convulsionado por la crisis económica, millones de trabajadores y jóvenes entran al apriete de luchar o vivir peor, se desnuda que la justicia y las elecciones no son terreno de los asalariados. Se confirma que muchas direcciones sindicales tampoco sirven. Por acá los trabajadores estatales también sufrimos las tercerizadas, el cobro de sueldos miserables y la perdida de conquistas, tuvimos que pelear organizados y en unidad desde abajo, para poder cobrar el aguinaldo. Por eso la causa del compañero Ferreyra es la causa de todos los trabajadores.

► ¡Justicia por el compañero Ferreyra y los otros compañeros baleados! 
► ¡Estatización con control obrero del ferrocarril! 
► ¡Fuera la tercerización  y precarización del estado y las empresas privadas ! 
► ¡Fuera la burocracia sindical de las organizaciones obreras !

Nuevo MAS (Partido de la Costa)
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COMIENZO DE UN JUICIO HISTÓRICO


Todos somos Mariano Ferreyra

El pasado lunes 6 comenzó finalmente el juicio oral a José Pedraza y al conjunto de la dirección de la Unión Ferroviaria por el asesinato de Mariano Ferreyra. El compañero, joven militante del Partido Obrero, fue asesinado por una patota de la burocracia ferroviaria el 20 de octubre del 2010, causa por la cual Pedraza está preso desde febrero del 2011. Simultáneamente, desde el nuevo MAS impulsamos el sábado 4 un acto obrero en la puerta de Firestone exigiendo la reincorporación de nuestro compañero Maxi. Dedicaremos este editorial a dar cuenta de la pelea por justicia para Mariano de los elementos que lo enlazan con la nueva generación obrera y estudiantil que emerge en nuestro país.

La burocracia sindical en el banquillo

Desde todo punto de vista, el juicio oral que acaba de comenzar es histórico. No hay prácticamente antecedentes de que uno de los dirigentes emblemáticos de la burocracia sindical argentina haya sido sentado en el banquillo de los acusados por sus acciones contra los trabajadores. La burocracia sindical no sólo ha dado lugar a entregadas monumentales, sino a la abierta responsabilidad en la desaparición de compañeros y compañeras trabajadores durante la dictadura militar (además de su complicidad con el accionar de la Triple A, que involucra al propio Hugo Moyano).

Pedraza es representativo de esa casta que usurpa la conducción de los sindicatos y que desde la izquierda revolucionaria llamamos burocracia sindical. Se trata de una verdadera capa social privilegiada que desde hace décadas monopoliza la representación de los trabajadores. A esto contribuyen muchos mecanismos; entre ellos, la estatización de los sindicatos establecida desde el primer peronismo a partir de 1946, a la que siguieron redes de complicidad con gobiernos y patrones.(1)

Eso es lo que hace tan difícil sacarse de encima a cada uno de los burócratas que permanecen décadas atornillados en las conducciones de los sindicatos, sean miembros de la CGT (de sus distintos pedazos) o de la CTA (en sus dos versiones). Ésta última en muchos casos no tiene nada que envidiarles en metodologías antidemocráticas; ver en esta misma edición la provocación escandalosa y policial montada por la burocracia del SUTNA en el acto en Firestone.(2)

Es la justa percepción popular de que se trata de un sector privilegiado y vendido a intereses extraños a los trabajadores, lo que hace de Pedraza un símbolo representativo de toda la casta sindical. Su historia es también bastante similar a tantos otros burócratas. Con un origen vinculado al Partido Comunista (esto no tan común en la Argentina, aunque tampoco excepcional), rápidamente evolucionó como mandamás de la Unión Ferroviaria. Como una suerte de “camaleón” que siempre caía bien parado, pasó de un sindicalismo más o menos “opositor” a la dictadura militar a la entrega privatizadora del ferrocarril y los negociados bajo el menemismo, para en la última década pasarse entusiastamente a las filas del kirchnerismo. En el camino quedaron decenas de miles de compañeros ferroviarios y la mayoría de sus conquistas históricas.(3). Incluso más: la familia de Pedraza reviste como parte empresarial en una serie de negocios que hacen a la gestión del propio ferrocarril. Sin ir más lejos, su esposa preside hasta el día de hoy el Belgrano Cargas.

Es esta ubicación social lo que pone a Pedraza (y al conjunto de la burocracia sindical) en la vereda de enfrente de quienes dicen representar: los trabajadores. De ahí que sean mortales enemigos del activismo independiente y la izquierda, que en los últimos años viene pugnando por recuperar los sindicatos para los trabajadores.

Esa circunstancia es la que llevó al asesinato de Mariano. Porque se colocó en la línea de fuego de la defensa de los intereses de los trabajadores tercerizados del ferrocarril, en la histórica pelea de dos años atrás contra la tercerización en el Roca. Luego de la privatización y para abaratar costos, muchas de las tareas anteriormente llevadas adelante por los ferroviarios (como el mantenimiento de vías y obras) fueron traspasadas a empresas tercerizadas con sus trabajadores en negro. Éstas, para colmo, son un pingüe negocio para los jerarcas sindicales, que las manejan en calidad de empresarios. Las luchas de los tercerizados cuestionaba esto, y de ahí que en su desesperación la burocracia de la Unión Ferroviaria llegara hasta donde llegó no solamente en defensa de sus negocios sino de su monopolio de la representación sindical en riesgo por el proceso antiburocrático que madura desde las bases, entre los ferroviarios (y más allá).

Con Pedraza, es el conjunto de la burocracia la que está en el banquillo. Porque más allá de matices, la dirección de la UF es representativa de una situación común al conjunto de la burocracia sindical argentina, y que el proceso de recomposición en curso está cuestionando. De ahí que aunque muchos pretendan disimularlo, o le hayan soltado la mano a Pedraza, es un llamado de atención para toda la casta burocrática de lo que le puede pasar si proceden de igual modo que Pedraza (hecho no es menor entre lo todo lo que pone en juego el juicio).

Ninguna confianza en los tribunales

Que se haya logrado sentar en el banquillo a Pedraza, y que el juicio se haya iniciado, es un primer triunfo en esta pelea. El lunes se llevó adelante una importante movilización frente a Comodoro Py en la que participó mayormente la izquierda con importantes delegaciones del PO y también del resto de las corrientes, entre ellas el Nuevo MAS, que nos quedamos haciendo el aguante hasta el final de la jornada. Pero también participaron delegaciones vinculadas al oficialismo, como la CTA Yasky y agrupaciones kirchneristas. Ya en la sala la representación fue aún más importante. Como defensa del hermano de Mariano, Pablo Ferreyra, participa el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), vinculado al kirchnerismo, así como se hizo presente casi todo el arco político-sindical de centroizquierda, incluyendo al propio Facundo Moyano, diputado por el Frente para la Victoria.

Así las cosas, se espera la presencia de 300 testigos y una duración de seis meses para el juicio oral. Como parte de la acusación (según informó Pitrola, dirigente del PO), la fiscal María Luz Jalbert aportó pruebas que incluso fueron más allá que lo que conocía la querella (CELS y María del Carmen Verdú, de la Correpi), en el sentido de la sistematicidad del plan asesino y de la directa participación de Pedraza en él. Héctor Heberling, dirigente de nuestro partido, también presente en las sesiones, nos cuenta que las nulidades presentadas por la defensa fueron rechazadas el martes 7, y el juicio está en pleno curso.

Sin embargo, queda una larga pelea por delante. Si bien el juicio marcha, ante la opinión pública Pedraza ya ha sido condenado, las nulidades han sido rechazadas y la acusación de la fiscal parece demoledora, estamos sólo ante la primera instancia; el fallo que pueda surgir de esta instancia será apelable a una segunda instancia e, incluso, podría llegar a la Corte. Es decir: se está frente a una dilatada batalla que no solamente va a depender de las evidencias, sino también de la marcha de los rumbos políticos en el país y, sobre todo, de una continuada presión con la movilización popular.

“Ni yanquis ni marxistas, peronistas”

El mismo lunes 6 Cristina hizo declaraciones acerca del juicio. Se atribuyó haber presentado el “testigo fundamental” de la causa y afirmó que “la bala que mató a Mariano rozó el corazón de Néstor” (en el sentido de que la preocupación que le generó habría ayudado a su deceso seis días después). Además, es sabido que el hermano de Mariano (Pablo) milita en las filas del kirchnerismo, razón por la cual el gobierno parece querer robarse los laureles de la posible condena a Pedraza.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja que esta puesta en escena. El gobierno kirchnerista nunca movió un dedo contra la burocracia sindical (más allá de amistades y enemistades con uno u otro sector de la misma), al punto que el propio Pedraza reviste en la nueva CGT oficialista. Incluso más: antes de su detención, era habitual verlo en actos del oficialismo, hasta compartiendo palcos con Néstor y Cristina. Es que la burocracia sindical sigue siendo una de las principales columnas vertebrales del peronismo, que continúa controlando la representación del movimiento obrero por intermedio de ella como ocurre desde su fundación, en mortal pelea con los sectores que la cuestionan desde la izquierda.

Como ya señalamos, esta situación tiene una historia que se remonta a varias décadas atrás. El propio peronismo surge como proyecto burgués preventivo para evitar una radicalización del movimiento obrero argentino (de ahí el cantito del subtítulo). Para esto se liquidó a Cipriano Reyes y el esbozo de su Partido Laborista ya en los primeros meses de gestión de Perón; para esto se cooptó la dirección de la CGT, y a partir de ahí y hasta nuestros días, el PJ monopolizó la representación sindical aun en medio de amplios cuestionamientos y riquísimas experiencias independientes, entre ellas la del clasismo de los años 60 y 70, y hoy, el surgimiento de una nueva generación obrera que se expresa entre los propios ferroviarios, en la alimentación, en el neumático, judiciales bonaerenses, gráficos, jaboneros, carne y varios gremios más.

Néstor y Cristina no han hecho más que continuar la tradición peronista, y en el terreno sindical se han comportado como perfectos conservadores, sin habilitar siquiera desde el punto de vista de una ley burguesa la libertad sindical que le reclama la CTA.

Esta misma complicidad es la que se está ensayando hoy con una política que podría ser la de soltarle la mano a Pedraza pero para conservar al resto de la burocracia sindical, incluso la de la Verde de la Unión Ferroviaria, que ha ajustado nuevos vínculos con el oficialismo bajo cuerda.

De Mariano a Maxi, una nueva generación militante

Pero la lucha por justicia para Mariano tiene otra simbología más. En él se expresa la emergencia en la última década de una nueva generación de militantes estudiantiles que integra las filas de las corrientes de la izquierda revolucionaria. Mariano representa en gran medida esa nueva generación que se ha comprometido a partir del Argentinazo, renovado las filas de la militancia de la izquierda y haciendo una enorme experiencia de lucha, por ejemplo, mediante el apoyo a las luchas de la clase obrera, como fue el caso en el que él cayó asesinado. Podemos recordar en los últimos años un sinnúmero de ejemplos en los que la militancia joven de las organizaciones de izquierda le ha hecho el aguante a las luchas obreras: el subterráneo de Buenos Aires, Fate, Kraft, los tercerizados ferroviarios y un larguísimo etcétera.(4)

Pero esto tiene otra significación más. Esta nueva generación es tanto estudiantil como obrera. Y esto es también lo que enlaza a Mariano con nuestro compañero Maxi Cisneros, despedido de Firestone. Porque como decíamos al comienzo de este editorial, está en curso un proceso de recomposición obrera que tiene como protagonista a esta generación obrera que en estos últimos años viene haciendo sus primeras experiencias. Una nueva generación que en distintos gremios se pone de pie contra la burocracia sindical y hace sus primeros rudimentos de experiencias política independiente (aunque esto último de modo más embrionario que el contenido antiburocrático). Mariano y Maxi están unidos así generacionalmente.

De ahí que en el acto que organizó el sábado 4 nuestro partido en la puerta de Firestone para revertir el despido arbitrario de Maxi estuviera tan presente la pelea por justicia para Mariano y la condena a Pedraza. Maxi contó ahí cómo la primera actividad que hicieron los compañeros que posteriormente darían lugar a la Naranja fue ir al acto que se estaba realizando el día de su asesinato.

Porque, además, los métodos de la burocracia también son universales. A modo de burda provocación, la dirección del neumático de Pedro Wasiejko se dedicó a filmar policialmente el desarrollo del acto, como para intimidar a los presentes y, sobre todo, para hacer una suerte de “cordón sanitario” para que no se acerquen trabajadores de la base de Bridgstone-Firestone al acto. Una maniobra realizada en connivencia con la empresa, que organizó la entrada y salida del personal por otro portón para que la base no participara. Claro que la maniobra tuvo patas cortas y desde el sábado no hay otro comentario en la fábrica que el acto que realizamos y cómo la burocracia se dedicó a filmarlo.

Las tareas del momento

En todo caso, Mariano, Maxi y todos los compañeros y compañeras de la nueva generación obrera están unidos en la pelea estratégica por recuperar los sindicatos para los trabajadores, barriendo a la burocracia sindical peronista e incluso yendo más allá: hacia una experiencia de independencia política de clase y el ingreso a militar en las organizaciones de la izquierda revolucionaria, como es el ejemplo de Mariano y también de Maxi.

Así, la lucha por justicia para Mariano y por la reincorporación de Maxi en Firestone, así como por la recuperación de nuevos sindicatos (se viene ahora la elección de los judiciales bonaerenses, entre otras) serán parte de las principales peleas del Nuevo MAS en el próximo período.

Notas

(1) Parte de estos mecanismos de estatización sindical es el descuento compulsivo a los trabajadores en su recibo de sueldo por parte de las empresas, dinero que recibe el Estado y es redirigido hacia los sindicatos. También los millonarios fondos de las obras sociales y las leyes que rigen el accionar de los sindicatos, que en nuestro país le dan la representación legal a una sola organización por rama de actividad.


(2) Tanto las burocracias de la CGT como las de la CTA se dedicaron siempre a identificar a los mejores compañeros para garantizar que los patrones los echen de sus lugares de trabajo. Este comportamiento antiobrero llega, en casos extremos como el de Mariano, al asesinato de luchadores.


(3) En los años 40 la Unión Ferroviaria era uno de los gremios más fuertes del país, con algo más de 80.000 trabajadores; hoy, a duras penas llega a una décima parte de esa cifra, tras una destrucción del sistema ferroviario contra la cual jamás se le oyó

levantar la voz.

(4) Agreguemos otros como, en su momento, las experiencias de apoyo de los movimientos piqueteros a las luchas de los trabajadores en Brukman, Zanon, Firestone, el Hospital Garrahan y el Francés, el subterráneo de Buenos Aires, entre otras, en las cuales tuvo participación destacada el FTC, y la compañera Elsa del Polo Obrero, gravemente herida en la jornada que fue asesinado Mariano. Son ejemplos de solidaridad obrera, estudiantil y popular de inmenso valor en directa oposición con el corporativismo que segrega la putrefacta burocracia sindical.